Esta entrada es la tercera en una serie. En la primera indiqué como a partir del trabajo de Albert Schweitzer en 1908 la comunidad académica ha convergido en la idea que el mensaje original de Jesús era de carácter mesiánico-apocalíptico. En la segunda, realicé un análisis de los hechos más prominentes del ministerio de Jesús, explicando cómo estos ajustan precisamente a ese paradigma. En esta entrada prosigo con ese análisis, centrándome ahora en las palabras y enseñanzas del Nazareno. Recomiendo leer junto a este artículo aquél que dediqué al mesianismo y apocalipticismo pues, a pesar de su importancia para este tema, por motivos de espacio aquí sólo presentaré un resumen.
Mesianismo Apocalíptico y el Jesús Histórico
En el primer artículo de esta serie indiqué que la mayoría de investigadores bíblicos modernos de todas las confesiones afirman que el mensaje original de Jesús probablemente fue una forma de mesianismo apocalíptico judío, ideología religiosa extremadamente popular durante la ocupación romana y cuyas creencias pueden hallarse en textos escritos alrededor de la época como el Testamento de Moisés, el cuarto libro de Esdras, el segundo libro de Baruc, el Testamento de los Doce Patriarcas, el libro de Enoc, el libro de Jubileos, así como los famosos Rollos del Mar Muerto. Dale Allison, uno de los investigadores bíblicos más reconocidos de la actualidad, describe esta corriente ideológica:
Esta expresión [escatología apocalíptica] hace referencia a un grupo de temas recurrentes en la literatura judía post-exílica, temas que eran prominentes en un recuento popular en aquel entonces de la historia del mundo que iba más o menos así. A pesar de que Dios creó un mundo bueno, espíritus malignos lo han llenado de maldad, por lo que ahora se encuentra en caos y lleno de injusticia. Sin embargo, se acercaba el día en el que Dios reparará la creación rota y restaurará al disperso Israel. Antes de ese momento, la lucha entre el bien y el mal llegará a su clímax, y un periodo de gran tribulación y aflicción sin precedente recaerá sobre el mundo. Después de ese periodo, Dios, quizá a través de una o más figuras mesiánicas, recompensará a los justos y castigará a los injustos, tanto vivos como muertos, y establecerá su reinado divino para siempre. (Constructing Jesus, pp. 32)
En efecto, para los judíos que se adherían a esta narrativa, la dispersión y humillación de Israel causada por potencias como Roma era síntoma que poderes maléficos habían temporalmente tomado el control del universo. Sin embargo, se acercaba el momento en el que Dios retomaría las riendas y se acertaría a sí mismo como el soberano de su Creación. La redención se acercaba en el horizonte. Dios iba a intervenir directamente en el mundo humano para purificar y salvar a su pueblo mediante un acto de juicio divino donde los poderes de la oscuridad serían destronados mientras que los justos oprimidos serían recompensados. Incluso los muertos participarían de este acto redentor, pues los devotos que hayan fallecido antes de la llegada del Gran Día se levantarán de sus tumbas para gozar de la Nueva Era. Para algunos judíos apocalípticos (aunque no necesariamente para todos) esta gloriosa restauración estaría acompañada de la llegada del esperado Mesías o Cristo, el heredero de David que reclamará en el trono de su padre. Así, Dios finalmente daría cumplimiento a lo prometido al pueblo hebreo por medio de los antiguos profetas, instaurando un Nuevo Israel donde los justos vivirán en armonía bajo el reinado de Dios y su gloria no tendrá fin.
Este pequeño resumen evidentemente no abarca todos los aspectos del mesianismo apocalíptico judío (al cual le dediqué un artículo completo que recomiendo sea leído junto a este), pero creo debe ser suficiente para ver por qué la hipótesis que Jesús se adhirió a esta corriente ideológica resulta tan atractiva para académicos de todas las confesiones. En efecto, ideas como la reivindicación de los oprimidos, la resurrección de los muertos y llegada de un juicio definitivo impregnan todo el Nuevo Testamento, cosa que evidencia una importante afinidad entre los primeros cristianos y el judaísmo apocalíptico (la cual exploré en un artículo dedicado al tema). No debe sorprendernos, por lo tanto, que la gran mayoría de expertos del cristianismo primitivo opinan que Jesús y sus allegados hayan originalmente proclamado una variante de este mensaje.
En el artículo anterior de esta serie, analicé los hechos más prominentes del ministerio de Jesús, concluyendo que los mismos se ajustaban a esta hipótesis. En este artículo continuaré el proyecto, ahora centrándome en sus palabras. Mi intención no es presentar un análisis exhaustivo de todas las enseñanzas de Jesús preservadas en los evangelios, cosa que literalmente requeriría de varios libros, sino enfocarme en algunos aspectos recurrentes y familiarizar al lector con la interpretación que les dan los académicos para que pueda ver, aún si no resulta convencido, como su análisis histórico invita a la conclusión que el mensaje del Nazareno fue una expresión del judaísmo apocalíptico del siglo I.

Las Enseñanzas Apocalípticas de Jesús
El Reino de Dios
En el Evangelio de Marcos, Jesús inicia su ministerio anunciando: “Se ha cumplido el tiempo. El Reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (1:15), palabras que aptamente resumen el mensaje del Nazareno. De entre todas las enseñanzas de Jesús no hay ninguna idea que sea tan omnipresente y fundamental como la llegada del Reino de Dios, concepto que es explícitamente mencionado en los evangelios no menos de 85 veces y que impregna prácticamente todos sus actos y palabras. La llegada del Reino era el foco de su ministerio (ej.: Lc. 4:43, 8:1), el mensaje que encomendó a sus discípulos (ej.: Mt.: 10:7, Lc. 9:2, 10:9), aquello que justificaba abandonar familia y posesiones (ej.: Lc. 9:62), la petición central de la oración que enseñó (Mt. 6:10, Lc. 11:2) y su fuente de consuelo poco antes de su ejecución (Mc. 14:25). Norman Perrin no exageró al escribir que: “El aspecto central de las enseñanzas de Jesús era el Reino de Dios. Sobre esto no puede haber duda y hoy en día ningún investigador de hecho lo duda. Jesús apareció como aquél que proclamó el Reino; todo lo demás en su mensaje y ministerio sirve como una función en relación a esa proclamación y deriva su significado de la misma” (Rediscovering the Teachings of Jesus, pp. 54).
Existe cierto debate sobre si el término griego “βασιλεία τοῦ θεοῦ” (“basileia tou theou”) empleado por los evangelistas es mejor traducido como “el Reino de Dios” o como “el Reinado de Dios”. Ambas traducciones, sin embargo, capturan parte de lo que Jesús quiso decir. En el imaginario judío, Dios siempre había sido el Rey de los cielos, la tierra y, muy en particular, de la nación israelita. Sin embargo, la Creación constantemente se ha revelado contra de su voluntad. Es en este sentido que Jesús puede decir que el Reinado de Dios ha siempre sufrido violencia (Mt. 11:12). Es también por ello que Jesús habla en pocas ocasiones del Reinado de Dios manifestándose en su propio ministerio el cual, a través de sus exorcismos y curaciones, era evidencia dinámica de la soberanía de Dios por encima de los poderes de las tinieblas en el aquí y el ahora (ej.: Lc. 17:12). Sin embargo, para Jesús la plenitud del Reinado de Dios claramente le pertenecía al futuro, cuando Dios finalmente cimentará su poder sobre el mundo material. En efecto, si bien históricamente el concepto del “Reino de Dios” ha estado sujeto a coloridas interpretaciones, un análisis cuidadoso del mismo deja bastante claro que Jesús no se refirió a este como un lugar al que las almas van después de la muerte, una alegoría para la reforma social, o una metáfora para la Iglesia terrenal. A través de sus pronunciamientos podemos perfilar una idea bastante clara de que es lo que Jesús quiso decir con la llegada del Reino: una transformación radical del mundo material. Las palabras de Bart Ehrman al respecto lo resumen bastante bien:
“Cuando Jesús se refiere a la llegada del Reino, en el cual Dios reinará, él no parece estar pensando en términos puramente simbólicos como Dios volviéndose rey de tu corazón, pues frecuentemente describe el Reino con lenguaje gráficamente táctil. Jesús habla del Reino de Dios “llegando con poder”, de personas “entrando en” el Reino, de personas “comiendo y bebiendo” en el Reino con sus ancestros judíos, sobre sus discípulos convirtiéndose en “gobernantes” del Reino, sentándose en “tronos” de la corte real. (…) Jesús, como otros apocalipticistas antes y después de él, evidentemente pensó que Dios iba a extender su reinado desde el reino celestial donde reside a aquí abajo en la tierra. Habría un reino real y físico aquí, un mundo paradisíaco donde Dios mismo gobernaría a su pueblo fiel, donde habría comida, bebida y conversación, donde habría co-gobernantes humanos sentados en tronos y ciudadanos humanos comiendo en banquetes. (…) Este reino futuro se contrasta con los reinos maléficos del presente donde el pueblo de Dios está sometido, reinos de odio, necesidad y opresión.” (Jesus, Apocalyptic Prophet of the New Millennium, pp. 142-143)
La llegada del Reino no se refería a una realidad ultramundana, espiritual o subjetiva, sino a la llegada de un reino físico y literal, una radical transformación de este mundo a través de la cual Dios se revelaría como su Rey. Es en este sentido que la traducción “el Reino de Dios” también captura la esencia de la enseñanza del Nazareno. Sería un mundo nuevo, pero uno que todavía tendría reconocibles componentes políticos y sociales.
La restauración de Israel: La dimensión política del Reino
El concepto de un “reino” es fundamental en las escrituras judías, donde se describe a Israel como una teocracia. En efecto, como aludí al inicio de este artículo y expliqué en detalle en aquél dedicado al tema, el origen de la esperanza de la llegada del Mesías o Cristo tuvieron precisamente su génesis en la convicción judía que Dios le devolvería su soberanía al pueblo hebreo, esperanza que fue particularmente intensa en tiempos de Jesús. Así, al anunciar la llegada de un “reino” a una audiencia judía, esta proclamación necesariamente se entendería dentro del contexto de la larga tradición anunciada por los profetas que Dios cumplirá las promesas hechas a Abraham y David cuando restaure el reino de Israel. Esta conexión puede verse, por ejemplo, en el Kadish, plegaria judía formulada en la época de Jesús que guarda evidentes paralelos con el «Padre Nuestro» (cosa que analicé en otro artículo), donde se pide a Dios restaure a Israel y envié su Mesías:
“Exaltado y santificado sea su gran nombre. En este mundo de su creación que creó conforme a su voluntad; llegue su reino pronto, germine la redención y se aproxime la llegada del Mesías. En vuestra vida, y en vuestros días y en vida de toda la casa de Israel, pronto y en tiempo cercano. Amén”

La proclamación de Jesús sobre la llegada del Reino, por lo tanto, no estaba libre de tintes nacionalistas. Como expliqué en el artículo anterior de esta serie, la elección de Doce Discípulos fue precisamente una expresión de la esperanza judía que Dios reuniría a las doce tribus de Israel, y la auto-proclamación de Jesús como “Mesías” o “Cristo” sólo tiene sentido dentro de este marco ideológico de restauración nacional. Sobre este aspecto Antonio Piñero comenta:
“Se trataba, pues, de un reino de Dios «aquí abajo», en la tierra de Israel naturalmente. El fin de este mundo y la implantación del reino de Dios en un «mundo futuro» no significaba, pues, la aniquilación total de la tierra presente, sino su «renovación o restauración», como dice el apóstol Pedro en su segundo gran discurso después de los sucesos de Pascua (Hch 3, 20) Esta restauración sucede de acuerdo con lo «dicho por Dios desde antiguo por boca de sus santos profetas» (3, 21). Y como los profetas jamás hablaron de un reino de Dios ultramundano, la conclusión es que la predicación primitiva cristiana pensaba que el Reino predicado por Jesús habría de tener lugar en un Israel restaurado, no aniquilado totalmente.» (El Juicio Final, pp. 185-186)
Aunque los autores del Nuevo Testamento (escribiendo en una Iglesia ya dominada por gentiles) no le dan mucha importancia a este extremo, la expectativa de una restauración nacionalista puede todavía hallarse entre sus páginas. Mateo, por ejemplo, preserva la promesa hecha a los discípulos que “en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel” (19:28). En el evangelio de Lucas, los discípulos indican que ellos creían que Jesús restablecería Israel (Lc. 24:21), idea que reemerge en el libro de Hechos (1:6). Igualmente, el apóstol Pablo afirma que la conversión de Israel redimirá al mundo (ej.: Rm. 11:15). La esperanza de la redención de Israel se halla incluso en el libro del Apocalipsis, el último de los libros del Nuevo Testamento, donde se profetiza una nueva Jerusalén (Ap. 21:2).

En definitiva, la proclamación de la llegada del Reino solo puede entenderse dentro del contexto de las esperanzas judías de que Dios cumplirá sus promesas y reivindicará a su pueblo. La nación Israelita, conquistada y dispersa durante siglos, volvería a renacer.
La reivindicación de los oprimidos: La dimensión social del Reino
El Talmud judío cuenta que cuando el rabino José ben Josué tuvo una visión del Mundo Venidero, este reportó que las cosas allí estarían “patas arriba” (hāpŭk), ya que “quiénes están arriba en este mundo allí están abajo, y quiénes están abajo aquí allí están arriba” (b. Pesachim 50a). Jesús estaría de acuerdo. En efecto, para el Nazareno la llegada del Reino de Dios estaría marcada por un radical revés de fortunas, por lo que era fuente de consuelo para quienes experimentan injusticia en el mundo presente:
Dichosos ustedes los pobres,
porque el Reino de Dios les pertenece.
Dichosos ustedes que ahora pasan hambre,
porque serán saciados.
Dichosos ustedes que ahora lloran,
porque luego habrán de reír.
(Lc. 6:20-22 // Mt. 5:3-10)
Pero no así para quienes gozan de riqueza y poder:
¡Ay de ustedes los ricos,
porque ya han recibido su consuelo!
¡Ay de ustedes los que ahora están saciados,
porque sabrán lo que es pasar hambre!
¡Ay de ustedes los que ahora ríen,
porque sabrán lo que es derramar lágrimas!
(Lc. 6: 24-25)
La llegada del Reino marcaría una inversión de las estructuras jerárquicas que predominan en esta era. Será un mundo donde “muchos de los primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (Mc. 10:31, Mt. 19:30, 20:16, Lc. 13:30) y donde “todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido (Lc. 14:11, 18:14, Mt. 23:12), motivo por el cuál «le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios» (Mc. 10:25 // Mt. 19:24 // Lc. 18:25).

La intensa preocupación de Jesús por los oprimidos y hostilidad por los poderosos encuentra sus raíces en el énfasis que la literatura profética colocó a denunciar la injusticia social y la opresión de los más débiles, tema que habría sido particularmente relevante en la empobrecida y explotada Galilea rural donde predicó Jesús. El concepto de un escatológico revés de fortunas también refleja una perspectiva propia del judaísmo apocalíptico. Bart Ehrman explica:
La lógica detrás de este sistema de inversiones debe resultar bastante clara por todo lo visto hasta ahora. La era presente está gobernada por las fuerzas del mal. Aquellos que prosperan, tienen éxito, y gobiernan en esta era estaban, necesariamente, empoderados por estas fuerzas malévolas (¡otramente no podrían prosperar, tener éxito, o gobernar!). Pero en la edad venidera, el mal será derrocado y Dios se reacertará a sí mismo. Aquellos que están a cargo ahora serán destronados y desenmascarados mientras que los que sufren y son oprimidos ahora — el pueblo de Dios al que se oponen sus enemigos, el demonio y sus secuaces — tomarán su lugar. Los primeros de verdad serán los últimos y los últimos de verdad serán los primeros. (Jesus, Apocalyptic Prophet of the New Millennium, pp. 148)
El propio Jesús, quien fue un humilde carpintero de la Galilea rural, sin duda experimentó en carne propia opresión y humillación por parte de las élites de su día. Es poco sorprendente, por lo tanto, encontrar en sus labios constantes exhortaciones a los pobres, excluidos y necesitados a la vez que las personas con poder y prestigio son incesantemente criticadas y condenadas. El Reino traería consigo una reivindicación completa a los que sufren. Ellos eran los invitados a comer en la mesa de Dios.
La resurrección de los muertos y el Reino de Dios
Los evangelios preservan la enseñanza de Jesús que quienes participen del Reino gozarán de vida eterna y los justos que hayan muerto antes de su llegada se levantarán de sus tumbas para participar de esa Nueva Era (ej.: Mc. 12:25, Lc. 14:13:14), esperanza que se vuelve personal en la Última Cena donde, poco antes de su ejecución, se consuela a sí mismo y a sus discípulos prometiendo que volverá a comer y beber junto a ellos llegado el Reino de Dios (Mc. 14:25 // Mt. 26:29 // Lc. 22:18).

Una vez más no estamos ante un concepto novedoso, sino ante una idea que tiene raíces en el judaísmo apocalíptico del siglo I. En efecto, varios textos escritos alrededor de la época articulan la esperanza que cuando Dios finalmente derrote a los poderes de las tinieblas y llegue la restauración de Israel, él reunirá ahí no solo a los judíos justos dispersos por el mundo sino a también a aquellos que murieron antes de llegar el Gran Día. Ese es el caso, por ejemplo, del llamado “Testamento de los Doce Patriarcas”, texto compuesto probablemente alrededor del siglo I, donde se describe la restauración al final del tiempo:
“Habrá un solo pueblo del Señor y una sola lengua; no existirá ya el espíritu engañoso de Belial, porque será arrojado al fuego para siempre jamás. Los que hayan muerto en la tristeza resucitarán en gozo, y los que hayan vivido en pobreza por el Señor se enriquecerán; los necesitados se hartarán; se fortalecerán los débiles, y los muertos por el Señor se despertarán para la vida.» (Testamento de Judá 25:3-4)
El Reino de Dios: Conclusiones
La enseñanza de la llegada del Reino de Dios indudablemente tiene sus raíces en el judaísmo apocalíptico del siglo I. Jesús, al igual que otros judíos de su tiempo, estaba convencido de que el sufrimiento e injusticia que lo rodeaban no serían tolerados por el Buen Padre indefinidamente. Dios intervendría para salvar a su pueblo. La salvación que este acto redentor traería no sería puramente espiritual, sino que tendría importantes dimensiones materiales: Israel sería políticamente restaurado, los oprimidos materialmente reivindicados, y los muertos se levantarían físicamente de sus tumbas. Para Jesús, al igual que otros judíos de su época, se acercaba el momento en que las lágrimas de la humanidad serían enjuagadas y los justos habitarían en el reino donde Dios es Rey. John P. Meier resume esta constelación de ideas bastante bien:
El reino escatológico que Jesús proclamó, el cuál debía ser el objeto de intensa expectativa y oración por parte de los discípulos de Jesús (Mt. 6:10 y paralelos), significaría la reversión de toda injusta opresión y sufrimiento, la entrega de recompensas prometidas a los fieles israelitas (las beatitudes) y la alegre participación de todos los creyentes (¡e incluso algunos gentiles!) en el glorioso banquete con los patriarcas de Israel (Mt. 8:11-12 y paralelos y la petición de pan en el Padre Nuestro). Que el banquete sería compartido con Abraham, Isaac y Jacob implica la trascendencia de la muerte misma, una trascendencia que se vuelve personal en Marcos 14.25 y paralelos, donde Jesús profetiza que Dios lo rescatará a él de la muerte y lo sentará en el banquete final. El símbolo del banquete es “desempacado” con varias imágenes de consolación, el saciamiento del hambre, la herencia de la tierra, la visión de Dios, el otorgamiento de misericordia, junto con otras metáforas que buscan sugerir y evocar aquello que no puede apropiadamente ser expresado en palabras: la plenitud de la salvación traída por Dios más allá del mundo presente. (A Marginal Jew, Vol. II, pp. 349-350)
El Juicio de Dios
A la vez que los evangelios están llenos de imágenes consoladoras que alientan a los oprimidos, también están repletas de atemorizantes imágenes de destrucción, juicio y castigo. El Reino de Dios no aparecería pacíficamente sobre la tierra. Aunque las imágenes de devastación apocalíptica abundan en los evangelios, existe una en concreto que merece un análisis detenido: el descenso del Hijo del Hombre.
El Hijo del Hombre
En numerosos pasajes de los evangelios, la llegada del Reino de Dios es asociada con la aparición de una figura celestial denominada como “el Hijo del Hombre”, la cual bajará súbitamente del Cielo para destruir el orden presente y juzgar a la humanidad:
“Pero en aquellos días, después de esa tribulación, se oscurecerá el sol y no brillará más la luna; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos”. Verán entonces al Hijo del Hombre venir en las nubes con gran poder y gloria. Y él enviará a sus ángeles para reunir de los cuatro vientos a los elegidos, desde los confines de la tierra hasta los confines del cielo.” (Mc. 13: 24-26)
La figura del “Hijo del Hombre” no es una invención cristiana, sino que tiene sus orígenes en la literatura apocalíptica judía. El primer registro que tenemos del “hijo del hombre” ocurre en el Libro de Daniel, texto apocalíptico compuesto alrededor del siglo II a.C. En este libro, el autor describe un sueño donde se le presentan cuatro bestias terroríficas, las cuáles representan el poderío de las naciones paganas que sometieron al pueblo israelita. Sin embargo, el autor ve como Dios destruye a los cuatro monstruos y sustituye su reinado con el poderío de “uno como un hijo de hombre”, expresión semita que en este contexto significa “alguien con forma humana” o “un ser humano”:
Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. (Dan. 7:13-14)
Dentro de la simbología del texto, del mismo modo que las cuatro bestias representan el poderío de naciones paganas, el “hijo de hombre” no representa un ser literal, sino que también simboliza un reino: el Israel Restaurado, reino se predice tendrá poder sobre “todos los pueblos, naciones y lenguas” y cuyo dominio “es un dominio eterno que nunca pasará”.

Sin embargo, a pesar de que el “hijo del hombre” fue originalmente una figura simbólica, futuras generaciones de judíos empezaron a entenderlo de modo literal. Este es el caso del autor del libro de Enoc, texto apocalíptico probablemente redactado alrededor del siglo I d.C., donde el “hijo del hombre» es descrito como un ser que literalmente bajará de lo alto para juzgar a la humanidad:
“Le pregunté al ángel que iba conmigo y que me mostraba todas las cosas secretas con respecto a este Hijo del Hombre: “¿Quién es éste, de dónde viene y por qué va con la Cabeza de los Días?”. Me respondió y me dijo: “Este es el Hijo del Hombre, que posee la justicia y con quien vive la justicia y que revelará todos los tesoros ocultos, porque el Señor de los espíritus lo ha escogido y tiene como destino la mayor dignidad ante el Señor de los espíritus, justamente y por siempre. “El Hijo del Hombre que has visto, levantará a los reyes y a los poderosos de sus lechos y a los fuertes de sus tronos; desatará los frenos de los fuertes y les partirá los dientes a los pecadores; derrocará a los reyes de sus tronos y reinos, porque ellos no le han ensalzado y alabado ni reconocieron humildemente de dónde les fue otorgada la realeza.” (1 Enoc 46: 2-7)
En consecuencia, al hablar del “Hijo del Hombre” como un ser que bajará del Cielo para inaugurar el Reino, Jesús habría articulado una creencia similar a la de otros judíos apocalípticos de su época, los cuales, influenciados por la simbología del libro de Daniel, esperaban que la restauración de Israel ocurra mediante la dramática acción sobrenatural de un emisario de Dios.
El «Problema del Hijo del Hombre»
Ahora bien, a pesar de que las referencias al “Hijo del Hombre” en los evangelios son numerosas, la discusión académica sobre su autenticidad e interpretación es acalorada. La razón detrás de este debate es que en los evangelios Jesús emplea la expresión de dos formas muy distintas: la primera, como una referencia a un ser apocalíptico que bajará del Cielo para juzgar a la humanidad, y la segunda, como una forma de referirse a sí mismo en la tercera persona. Por ejemplo:
“Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y ellos dicen: “Tiene un demonio”. Vino el hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Este es un glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores” (Mt. 11:18-19 // Lc. 7:33-34)
¿Significa eso que Jesús se identificó a sí mismo como el Hijo del Hombre que bajaría al final de los tiempos? Es importante aquí enfatizar que los evangelios fueron escritos décadas después de su muerte por individuos que creían en su Segunda Venida, es decir, por personas que daban por hecho que el “Hijo del Hombre” sería el propio Jesús. Así, al presentar episodios donde él usa esa expresión para hablar de sí mismo, los evangelistas buscan que el lector concluya que Jesús se declaró a sí mismo como el Hijo del Hombre apocalíptico. Sin embargo, hoy en día los académicos no están tan convencidos. En efecto, investigadores como Geza Vermes han demostrado que la expresión “hijo de hombre” en arameo y hebreo podía emplearse simplemente como una forma común de hablar de uno mismo en tercera persona (similar a la expresión castellana “mi persona”), sin que ello implique conexión alguna con el libro de Daniel. Vale la pena recordar que precisamente la razón por la que el autor de ese texto usó la expresión “uno como un hijo de hombre” en primer lugar fue porque era una forma semita de decir “una persona” o “un humano”. En el libro de Ezequiel, por ejemplo, Dios se refiere al profeta no menos de 96 veces como “hijo de hombre” precisamente para enfatizar su humanidad. Esta forma aramea hablar de uno mismo podría haber sido traducida de forma demasiado literal al griego como «ὁ υἱὸς τοὺ ἀνθρώπου» (ho huios tou anthropou), «el hijo del hombre».

A esto hay que sumarle las dos siguientes consideraciones. En primer lugar, existen ciertos pasajes donde Jesús parece hablar de sí mismo y del “Hijo del Hombre” como si fueran personas distintas. Por ejemplo:
Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. (Mc. 8:38)
En efecto, si uno leyese este pasaje de forma aislada uno no concluiría que Jesús pensaba que el “Hijo del Hombre” apocalíptico era él. Sobre este pasaje, Bart Ehrman comenta: “No hay indicación que [Jesús] está hablando de sí mismo. De hecho, si no se supiera de antemano la idea cristiana que Jesús es el Hijo del Hombre, no habría forma de inferirlo de esta cita. Al contrario, tomando el pasaje en sus propios términos, Jesús parece referirse a alguien más” (Jesus, Apocalyptic Prophet of the New Millennium, pp. 135)
Y, en segundo lugar, el hecho que los evangelistas exhiben una tendencia a sustituir el “yo” empleado por Jesús con la expresión “el Hijo del Hombre”, tendencia que se vuelve clara, por ejemplo, al comparar pasajes del evangelio de Marcos con sus paralelos en Mateo y Lucas, los cuales usaron al primero como fuente:
Marcos 8:27 (Original, ∼70 d.C.) | Mateo 16:13 (Edición, ∼85 d.C.) |
Jesús y sus discípulos salieron hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” | Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” |
Esta serie de factores ha causado que la comunidad académica se divida respecto a la autenticidad y significado de los pronunciamientos de Jesús sobre el “Hijo del Hombre”. Podemos perfilar por lo menos cuatro hipótesis:
- Jesús, al igual que otros judíos apocalípticos, profetizó que la llegada del Reino sería inaugurada por el cataclísmico descenso de un ser denominado como “el Hijo del Hombre”. Sin embargo, después que sus seguidores se convencieron que había sido resucitado y llevado al Cielo, ellos infirieron que el “Hijo del Hombre” sería Jesús, convicción que los llevó a imaginar o modificar aforismos suyos para que se refiera a sí mismo como ese ser.
- Jesús originalmente usó la expresión “hijo del hombre” en dos formas distintas. La primera, como una referencia al “Hijo del Hombre” apocalíptico y la segunda como una forma aramea común de hablar de sí mismo. Sin embargo, décadas más tarde sus seguidores, convencidos de que él sería el Hijo del Hombre apocalíptico, presentarían o retocarían sus palabras de tal forma que ambos usos se mezclen y así insinúen que Jesús anunció su propio retorno.
- Jesús nunca habló de un “Hijo del Hombre” apocalíptico, sino que usó esa expresión exclusivamente como un idiomatismo semita para referirse a sí mismo. Habrían sido sus seguidores, inspirados por el folklore apocalíptico de su medio, quienes concluyeron que su resucitado maestro era la figura profetizada en libros como el de Daniel y Enoc. Bajo este esquema, las referencias que Jesús hace al “Hijo del Hombre” apocalíptico no serían auténticas, sino que serían una invención de la naciente Iglesia puesta en labios de Jesús.
- Jesús de alguna forma sí se identificó con el Hijo del Hombre apocalíptico, aunque exactamente cómo y con qué significado estaría abierto a debate. En efecto, la evidencia histórica sugiere que Jesús se vio a sí mismo como el Mesías, el rey de Israel que gobernaría llegado el Reino. Bajo ese esquema, es concebible imaginar que Jesús creía que en el momento de la Restauración Final de alguna forma sería glorificado.
Todas estas hipótesis son defendibles históricamente y no se ha llegado a un consenso, por lo que no podemos estar completamente seguros de la autenticidad o significado de los pronunciamientos de Jesús relativos al Hijo del Hombre.
Sin embargo, vale la pena enfatizar tres puntos. En primer lugar, de todas las hipótesis listadas únicamente la hipótesis 3 pondría en duda que Jesús habló del “Hijo del Hombre” apocalípticamente. En segundo lugar, incluso si esta hipótesis fuese la correcta (es decir, que las referencias al Hijo del Hombre son fabricación de los primeros cristianos), ello igualmente proveería indicios indirectos que Jesús anunció un mensaje escatológico, ya que significaría que sus primeros seguidores estaban lo bastante empapados con la simbología apocalíptica del libro de Daniel como para usarla al articular su convicción que Jesús regresaría. Y, en tercer lugar, que aún si eliminásemos las referencias al Hijo del Hombre de los evangelios todavía tendríamos abundante material que indicaría que Jesús pensaba que la llegada del Reino estaría acompañada de un cataclísmico acto de juicio divino.
¿Cuándo ocurrirá todo esto?
En el artículo anterior en esta serie se analizaron los hechos más significativos del ministerio de Jesús, llegando a la conclusión que evidenciaban que él creía que la llegada del Reino estaba cerca. Al analizar ahora sus palabras encontramos confirmación, pues en numerosas ocasiones los evangelios preservan pasajes donde Jesús explícitamente anuncia que la llegada del Reino de Dios ocurriría dentro de la vida de sus primeros seguidores:
Se ha cumplido el tiempo. El Reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas! (Mc. 1:15 // Mt. 4:17)
Dondequiera que vayan, prediquen este mensaje: “El Reino de los Cielos está cerca”. (Mt.10:7 // Lc. 10:9)
Les aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto el Reino de Dios llegar con poder. (Mc. 9:1 // Mt. 16:28 // Lc. 9:27)
Les aseguro que no terminarán de recorrer las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre. (Mt. 10:23)
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sucedan. (Mc. 13:30 // Mt. 24:34 // Lc. 21:32)
Las profecías de Jesús que el Reino se manifestaría en su generación figuran en múltiples fuentes, por lo que pasaría con éxito el criterio de múltiple atestación. Igualmente, son profecías que difícilmente los primeros cristianos fabricarían, ya que para el momento que se escribieron los evangelios la primera generación cristiana había perecido o estaba por hacerlo. Como comenta E.P. Sanders:
Los investigadores que tratan de “poner a prueba” los dichos de Jesús para verificar su autenticidad verán que esta tradición aprueba con tremendo éxito. Los eventos predichos no ocurrieron; por lo que la profecía no es falsa. Una profecía incumplida es mucho más probable de ser auténtica que una que corresponde precisamente a algo que ocurrió, ya que pocos inventarían algo que no sucedió y para luego atribuírselo a Jesús. (The Historical Figure of Jesus, pp. 182)
Dicho otramente, el hecho de que estas profecías ya eran problemáticas en el momento de la composición de los evangelios garantiza su autenticidad, pues sería difícil creer que los primeros cristianos inventarían una profecía fallida para ponerla en labios de su maestro (dicho otramente, estos pasajes también superan el criterio de dificultad).
Dos consideraciones adicionales hablan a favor de la autenticidad de estas palabras. En primer lugar, Jesús de Nazaret predicó en un contexto histórico saturado de expectativas mesiánicas y apocalípticas, donde gran cantidad de judíos estaban a la espera de la inminente restauración de Israel. El análisis de sus actos y palabras, como vimos, encuentran encaje dentro de ese marco ideológico. Sería históricamente inverosímil, por lo tanto, que Jesús haya anunciado un mensaje apocalíptico similar al de muchos otros judíos de su época, pero que únicamente él haya creído que su consumación ocurriría siglos en el futuro y no de forma inmediata. En segundo lugar, el hecho de que Jesús haya anunciado que el Reino de Dios estaba por materializarse explicaría por qué la Iglesia primitiva creyó que Jesús regresaría pronto, expectativa que empapa todo el Nuevo Testamento (y que analicé en un artículo completo). En definitiva, consideraciones basadas en contexto y continuidad histórica apoyan la autenticidad de las profecías que el Reino estaba a las puertas.
Históricamente, la tradición eclesiástica ha intentado (por obvios motivos) negar que estas profecías hagan referencia a la definitiva llegada del Reino mediante la vía interpretativa, argumentando que en realidad hacen referencia a otros eventos como la destrucción del Templo o la Transfiguración. La comunidad académica contemporánea, sin embargo, ha encontrado estas interpretaciones poco convincentes, desconectadas del contexto histórico de Jesús, y ajenas al sentido simple del texto. Pero más aún, incluso si los apologetas tuviesen razón y estas palabras no hiciesen referencia a la llegada del Reino, todavía es posible inferir que Jesús creía que este estaba a las puertas basándonos en otros materiales preservados en los evangelios, los cuales se analizan a continuación.
Las amenazas apocalípticas de Jesús
Los evangelios preservan un número de pasajes donde Jesús pronuncia amenazas apocalípticas en contra de quienes dudan de su mensaje. Por ejemplo:
¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Si se hubieran hecho en Tiro y en Sidón los milagros que se hicieron en medio de ustedes, ya hace tiempo que se habrían arrepentido con grandes lamentos. Pero en el Día del Juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Capernaúm, ¿acaso serás levantada hasta el cielo? No, sino que descenderás hasta el abismo. Si los milagros que se hicieron en ti se hubieran hecho en Sodoma, ésta habría permanecido hasta el día de hoy. Pero te digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma que para ti. (Mt. 11: 21-23 // Lc.10:13-15)
El pasaje tiene altas probabilidades de ser auténtico, pues no sólo hace referencia a aldeas de Galilea que poca importancia habrían tenido para cristianos posteriores, sino que además preservan la memoria de un fracaso en el ministerio de Jesús, por lo que difícilmente los primeros cristianos lo habrían fabricado (dicho otramente, el pasaje pasa los criterios de disimilaridad y dificultad). Igualmente, la conexión entre la inminente llegada del Reino y amenazas apocalípticas también aparece explícitamente en otros pasajes:
“Cuando entren en un pueblo y los reciban, coman lo que les sirvan. Sanen a los enfermos que encuentren allí y díganles: “El Reino de Dios ya está cerca de ustedes”. Pero, cuando entren en un pueblo donde no los reciban, salgan a las plazas y digan: “Aun el polvo de este pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos en protesta contra ustedes. Pero tengan por seguro que ya está cerca el Reino de Dios”. Les digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma que para ese pueblo. (Lc. 10:8-12)
Este tipo de pasajes confirman que Jesús pensaba que la llegada del Reino de Dios sería un cataclísmico evento dentro del mundo humano. El castigo que recaería sobre estos pueblos no ocurriría en un “más allá” etéreo, sino que se asemejaría al de Sodoma, la cuál fue físicamente destruida por la ira de Dios. Este tipo de pasajes también evidencian que Jesús pensaba que ese día sería presenciado por los aldeanos que lo rechazaron. En efecto, ¿tendrían sentido estos pasajes si la condena llegaría milenios después, recayendo sobre habitantes que no tendrían conexión con ellos? Los pasajes solo tienen sentido si la terrible destrucción ocurriría mientras los incrédulos sigan habitando en esos pueblos. Un castigo que demore siglos en llegar no solo recaería sobre la generación equivocada, sino que incluso podría llegar demasiado tarde, ya que localidades pequeñas como Corazín, Betsaida y Capernaúm fácilmente podrían desaparecer por causas naturales antes que llegue el Día del Señor. (Incidentalmente eso fue lo que ocurrió, ya que esas aldeas fueron abandonadas poco a poco. La última en ser abandonada fue Capernaúm, la cual sobrevivió hasta el siglo XI).

Exhortaciones a la vigilancia
En numerosas ocasiones los evangelios preservan exhortaciones por parte de Jesús a sus allegados de permanecer atentos y preparados para la súbita llegada del juicio de Dios. Por ejemplo:
¡Estén alerta! ¡Vigilen! Porque ustedes no saben cuándo llegará ese momento. Es como cuando un hombre sale de viaje y deja su casa al cuidado de sus siervos, cada uno con su tarea, y le manda al portero que vigile. Por lo tanto, manténganse despiertos, porque no saben cuándo volverá el dueño de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: ¡Manténganse despiertos! (Mc. 13:33-37)
Pero entiendan esto: Si un dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto para no dejarlo forzar la entrada. Por eso también ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá cuando menos lo esperen. (Mt. 24:43 // Lc. 12:39)
Tengan cuidado, no sea que se les endurezca el corazón por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida. De otra manera, aquel día caerá de improviso sobre ustedes, pues vendrá como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Estén siempre vigilantes, y oren para que puedan escapar de todo lo que está por suceder, y presentarse delante del Hijo del Hombre. (Lc. 21:34-36)
El hecho de que este tipo de exhortaciones se encuentren en múltiples fuentes eleva la probabilidad que el Jesús Histórico haya pronunciado advertencias de este tipo. Los discípulos inmediatos de Jesús debían estar a la espera del Reino. Ahora bien, la demanda de vigilancia constante solo parecería ser coherente si el momento del juicio estaba cerca. En efecto, ¿tendría sentido que Jesús haya exigido a sus allegados directos estar alerta para “escapar de todo lo que está por suceder” ya que el día llegará “cuando menos lo esperen” si creía que la destrucción tardaría siglos en llegar?
Exigencias de abandono
En numerosos lugares los evangelios indican que Jesús exigió a sus seguidores abandonar oficios, posesiones y familias para dedicarse a tiempo completo a predicar la llegada del Reino de Dios. Por ejemplo:
A otro le dijo: “Sígueme”. “Señor” le contestó, “primero déjame ir a enterrar a mi padre.” “Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el Reino de Dios” le replicó Jesús. Otro afirmó: “Te seguiré, Señor; pero primero déjame despedirme de mi familia.” Jesús le respondió: “Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el Reino de Dios.” (Lc. 9 : 59-62)
Al analizar estas exigencias es imposible no percibir en ellas una sensación de urgencia apremiante, la cual en realidad impregna prácticamente todas las palabras del Nazareno. La llegada del Reino demandaba una reorientación completa e inmediata de la vida de quienes escuchaban a Jesús. Este tono de urgencia que impregna sus enseñanzas sería difícil de explicar si él pensaba que el Reino se manifestaría en un futuro remoto.
Lo que Jesús no enseñó
La literatura producida por los primeros cristianos evidencia que ellos tenían una completa falta de interés en producir nada que se aproxime remotamente a un manual de doctrina o a un código de organización comunitaria. En efecto, la mayoría de los escritos del Nuevo Testamento son epístolas, es decir, correspondencia privada enviada y recibida por cristianos con el propósito de resolver cuestiones concretas, más nunca una exposición sistemática doctrinal. Jesús en particular no hizo esfuerzo alguno por dejar nada por escrito, y al analizar sus enseñanzas notamos en ellas la misma falta de interés en producir lineamientos claros sobre cómo la comunidad cristiana debía de organizarse u ofrecer un código doctrinal sistemático. Este silencio es ensordecedor. Podemos contrastar el desconcertante desinterés de las escrituras cristianas en definir sistemáticamente reglas doctrinales y de organización con, por ejemplo, las escrituras budistas más antiguas del Canon Pāli, donde una tercera parte de ellas (en la sección denominada Vinaya Piṭaka) está precisamente dedicada a codificar más de quinientas reglas (!) dictadas por el Buda para regular la convivencia de la naciente comunidad budista. Si la intención original de Jesús y sus primeros seguidores hubiese sido fundar una institución para que perdure por siglos, entonces su desinterés total en definir sistemáticamente su doctrina o regular su organización interna serían inexplicables. Es precisamente este tremendo vacío en los textos fundacionales del cristianismo la razón por la cual a través de su historia este ha estado frecuentemente sumido en desacuerdos (a veces sangrientos) respecto a doctrina, liturgia, y la correcta estructura del poder eclesiástico.

Las enseñanzas de Jesús y las escrituras de sus primeros seguidores simplemente no se ajustan a lo que uno esperaría si su intención original hubiese sido fundar una institución duradera. Al contrario, Jesús se desentendió completamente del mundo, exigiendo a sus allegados abandonar posesiones y familias para predicar la inminente llegada del Reino de Dios. Nada en los actos y enseñanzas de Jesús o sus primeros seguidores evidencia la existencia de un plan a largo plazo, cosa que se explicaría por el simple hecho que no creían habría un “largo plazo”, mucho menos uno de más de diecinueve siglos.
La Inminencia del Reino: Conclusiones
El análisis de las enseñanzas de Jesús indica que él, al igual que otros judíos de su tiempo, pensaba que el momento de la redención final estaba cerca. Esta conclusión se extrae directamente de sus pronunciamientos explícitos, aunque también puede inferirse tácitamente de sus exigencias, exhortaciones y amenazas. En efecto, después de analizar la cuestión del momento de la llegada del Reino sin tomar en cuenta los pronunciamientos directos al respecto, John P. Meier concluye:
En primer lugar, está la observación global, presentada por eruditos como Ben F. Meyer, que los profetas del Antiguo Testamento en general no profetizaban sobre eventos en el futuro distante sino en el futuro inmediato. En efecto, empleando los conocimientos de las ciencias sociales, Bruce Malina ha argumentado que la mentalidad de los campesinos del Mediterráneo no se prestaba fácilmente a sí misma para pensamientos sobre el futuro distante. Pero más al punto, difícilmente tendría sentido para Jesús abandonar enteramente su modo normal de vivir, pedirle a algunos de sus discípulos hacer lo mismo, dedicarse a tiempo completo a la proclamación de la llegada del reino, pedirle a la gente una radical reforma en sus actitudes y vidas a la luz de la futura llegada del reino, pronunciar duras advertencias sobre lo que le ocurriría a aquellos que rechacen su mensaje, convertir la llegada del reino en el objeto de la corta y concentrada plegaria que le enseñó a sus discípulos, y encontrar en la llegada del reino su único consuelo en vista de su inminente muerte si es que no creía que el reino llegaría pronto. (…) Al inspeccionar los pronunciamientos auténticos de Jesús escuchamos una nota de urgencia e intensa anticipación, una feroz concentración en la idea de la llegada del reino, la cual sería completamente desproporcionada si él no creía que ya estaba a las puertas. (A Marginal Jew II, pp. 337-338)
Las enseñanzas apocalípticas de Jesús: Conclusiones
Un análisis crítico y contextualizado de las enseñanzas del Nazareno preservadas en los evangelios apuntan a que su mensaje original fue judío y apocalíptico. El corazón de su prédica fue el anuncio de la llegada del Reino de Dios, una transformación radical del mundo material a través de la cual el Dios de Israel se acertaría de una vez por todas como su incuestionable Rey. A través de su llegada, se daría cumplimiento a las promesas de Dios hechas al pueblo hebreo mientras que los pobres, hambrientos y oprimidos encontrarían ahí su consuelo definitivo. La llegada del Reino no se implantaría mediante progresivas reformas sociales o económicas, sino mediante un cataclísmico acto de juicio divino, probablemente (aunque no con seguridad) traído desde lo alto por un ser celestial denominado como “el Hijo del Hombre”, figura inspirada en el simbolismo apocalíptico del libro de Daniel. Jesús, al igual que otros judíos de su era, creyó que el momento de la redención estaba a las puertas, conclusión que se extrae no solo de sus pronunciamientos explícitos, sino también de sus exhortaciones, amenazas, y el tono general de su ministerio, así como de las creencias de las primeras comunidades cristianas que se formaron inmediatamente después de su muerte. Las conclusiones del análisis de las palabras de Jesús notablemente convergen con aquellas a las que se llegan al analizar los hechos más prominentes de su ministerio, a la vez que también encajan perfectamente dentro de su entorno histórico, religioso y cultural. Dicho otramente, tanto los actos como las enseñanzas de Jesús convergen en un retrato históricamente verosímil: la de un predicador apocalíptico de la Galilea del siglo I que anunció la inminente llegada del Reino de Dios y buscó preparar a Israel para el juicio divino que rápidamente se acercaba en el horizonte.
Las palabras de Jesús, por lo tanto, no llegan a nuestros oídos desde el vacío, sino que vienen de un tiempo y lugar determinado. Su voz proviene de quienes no tenían voz, de quienes vivían bajo los reinos del hambre y la enfermedad, la pobreza y la esclavitud, la ocupación militar y la explotación agraria. Sus palabras, sin embargo, no están quebradas por la tristeza, sino que dan testimonio de la eterna rebelión del espíritu humano en contra del sufrimiento y la muerte. Jesús sabía que, sin importar lo que vean los ojos, el mundo era gobernado por un Buen Padre. Así, contra toda evidencia, Jesús proclamó que los últimos se volverían primeros y que los pobres, humillados y destituidos no eran miserables sino benditos. Había llegado el momento en el que Dios cumpliría sus promesas. Israel sería restaurado, las doce tribus reunidas, los muertos resucitados y los pobres, oprimidos y marginados por fin encontrarían la justicia. Había llegado el momento en el que las lágrimas de la humanidad serían enjuagadas y finalmente los justos habitarían en el reino donde Dios es Rey. El fin de los tiempos había llegado.
(Puedes ver las otras entradas que se han publicado a la fecha en esta serie en la biblioteca, o en la lista que se encuentra debajo de la bibliografía)
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Esta entrada es parte de un grupo dedicado a explorar el carácter apocalíptico de Jesús y el cristianismo primitivo. Otras entradas dentro de esta categoría son:
- Mesianismo y Apocalipticismo
- El Apocalipticismo de los Primeros Cristianos
- El «Padre Nuestro»: una Oración para el Final de los Tiempos
- Jesús de Nazaret, Profeta Apocalíptico
- Los Actos Apocalípticos de Jesús
- Las Enseñanzas Apocalípticas de Jesús
- Movimientos Milenarios y los Orígenes del Cristianismo
- Un Jesús Apocalíptico: Conclusiones y Reflexiones (no publicado aún)
Esta entrada igualmente forma parte de una serie dedicada a la reconstrucción del Jesús Histórico. Otras entradas de esta serie son:
- La Búsqueda del Jesús Histórico: Fuentes y Criterios
- ¿Existió Jesús?
- La Natividad: Historia y Leyenda (1)
- La Natividad: Historia y Leyenda (2)
- La Natividad: Historia y Leyenda (3)
- ¿Tuvo Jesús Hermanos?
- Jesús de Nazaret, Profeta Apocalíptico
- Los Actos Apocalípticos de Jesús
- Las Enseñanzas Apocalípticas de Jesús
- Movimientos Milenarios y los Orígenes del Cristianismo
- Un Jesús Apocalíptico: Conclusiones y Reflexiones (no publicado aún)
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