En entradas anteriores empecé a explicar como los investigadores bíblicos modernos emplean métodos críticos en la búsqueda del Jesús Histórico, aplicándolos para dilucidar preguntas sobre su existencia, las circunstancias de su nacimiento, su familia, y el significado original del Padre Nuestro. Mediante esta entrada daré inicio a una serie que continuará este análisis para resolver quizá la pregunta más importante de todas: cuál era el mensaje central de Jesús.

La Búsqueda del Jesús Histórico
Uno de los momentos más importantes de los evangelios ocurre cuando Jesús le pregunta a sus discípulos “¿quién dicen ustedes que soy yo?” (Marcos 8:29 // Mateo 16:15 // Lucas 9:20). Durante siglos, la respuesta a esa pregunta pertenecía exclusivamente al reino de la teología y de la fe. La identidad de Jesús y la naturaleza de su mensaje eran temas que solo podían aproximarse a través de la especulación mística o disertación teológica, y siempre dentro de las fronteras establecidas por la doctrina eclesiástica. Sin embargo, desde el auge del racionalismo en occidente, se abrió la posibilidad de plantearse la misma pregunta desde una perspectiva estrictamente científica e histórica. Si aplicamos métodos y razonamientos de reconstrucción crítica a la figura de Jesús de Nazaret, analizando y contextualizando las fuentes disponibles sobre su vida y dispensando de doctrinas teológicas, ¿qué tipo de figura reconstruiremos? ¿Quién fue Jesús históricamente hablando?
Siguiendo este espíritu, desde la Ilustración se han ofrecido múltiples y discordantes retratos “históricos” de Jesús con diversos grados de plausibilidad. Algunos presentaron a Jesús como un violento revolucionario que buscaba la liberación de Israel del yugo romano mediante las armas. Otros, al contrario, retrataron a un pacifista, un predicador de la paz, amor y compasión universal. Hay quienes dijeron que Jesús era un proto-socialista, un pionero de la reforma social que embistió contra las injusticias de su día. Algunos dijeron que fue un judío devoto, profundamente conectado con las tradiciones de su pueblo mientras que otros insisten que fue un tenaz crítico del judaísmo, el cuál rechazó. Hay quienes incluso han llegado a decir que Jesús nunca existió, sino que es otro mito de la antigüedad al igual que Mitra, Osiris o Dionisio. Sin embargo, pese a la caótica miríada de retratos contradictorios que emergieron desde el siglo XVIII, a raíz del revolucionario trabajo de Albert Schweitzer a principios del siglo pasado una opinión de consenso claramente empezó a formarse y solidificarse en círculos académicos, opinión que hoy en día es enseñada en la vasta mayoría de universidades y seminarios de Europa y el mundo anglosajón.
La obra de Albert Schweitzer
Albert Schweitzer fue un personaje excepcional, sobredotado de habilidades en múltiples campos y disciplinas. Aún en vida, Schweitzer fue un reconocido teólogo, médico, músico, filántropo y filósofo, llegando a ganar el Premio Nobel de la Paz en 1952 gracias a su incansable trabajo humanitario en África, así como por su filosofía centrada en el concepto de “Reverencia a la Vida”. Dentro de los campos de la teología e historia, sin embargo, Schweitzer se ha ganado la reputación como el pensador que finalmente encarriló la investigación histórica sobre la vida de Jesús hacia el camino correcto, siendo que su opinión sobre quién fue el Nazareno aún hoy después un siglo sigue siendo, en esencia, la opinión mayoritaria entre investigadores del Nuevo Testamento de todos los credos. En efecto, aunque otros investigadores contemporáneos a Schweitzer, notablemente Johannes Weiss, habían empezado a llegar a conclusiones similares a las suyas, fue su obra aquella que sacudiría los campos de teología y estudios bíblicos.

La obra maestra de Schweitzer se tituló “La Búsqueda del Jesús Histórico”. Publicado en 1906, este libro consistió en un análisis comprehensivo de los retratos “históricos” (es decir, “no-teológicos”) ofrecidos de la vida de Jesús por autores racionalistas desde el siglo XVIII, incluyendo el de grandes pensadores como Friedrich Strauss (1836) y Ernest Renan (1863). El análisis de Schweitzer, sin embargo, fue devastador. Uno a uno, Schweitzer demostró que lejos de ser objetivos, los llamados retratos “históricos” de Jesús no eran otra cosa que la proyección de los prejuicios liberales y románticos de aquellos que buscaban reconstruirlo. En una frase ahora célebre, Schweitzer declaró que “no existe tarea histórica que revele tanto la verdadera esencia de un hombre como el escribir una Vida de Jesús” (pp.4). En efecto, el Jesús “reconstruido” por los racionalistas siempre acababa, por coincidencia casi milagrosa, compartiendo la ideología del autor, con las actitudes y pensamientos de un liberal moderno y pronunciando palabras que podían fácilmente ponerse al servicio de sus propios programas filosóficos seculares. Irónicamente, Schweitzer demostró que los primeros reconstructores del Jesús histórico en realidad cometían el mismo pecado del que ellos acusaban a los teólogos y exegetas eclesiásticos del pasado: distorsionar las fuentes históricas de Jesús para hacer que este encaje en un esquema ideológico preconcebido.
Sin embargo, después de haber aniquilado toda posibilidad de reconstruir un “Jesús Liberal”, Schweitzer no concluyó que había que simplemente regresar a los retratos teológicos de Jesús ofrecidos por la tradición eclesiástica. En efecto, a pesar de fracasar en ofrecer un retrato histórico convincente, Schweitzer reconoció que el trabajo de estos primeros buscadores había dejado en evidencia los múltiples problemas históricos que existían con el “Jesús Teológico”. Una vez el humo escapa de una botella ya no puede volver a esta. Regresar hacia atrás era imposible. En vez de eso, Schweitzer se concentró en un elemento particular que no solo los primeros buscadores trataron desesperadamente de hacer desaparecer de sus reconstrucciones, sino que también había sido disminuido y opacado dentro de la propia teología cristiana: el elemento escatológico y apocalíptico de la prédica de Jesús. En efecto, Schweitzer defendió lo que en aquel momento fue una tesis escandalosa tanto para académicos seculares como para teólogos piadosos: que el mensaje original de Jesús fue una forma de mesianismo apocalíptico judío. Para Schweitzer, la piedra que desecharon los constructores se había convertido en la piedra angular.
Mesianismo y Apocalipticismo en Tiempos de Jesús
Anteriormente, le dediqué una entrada completa a analizar el origen y las características del mesianismo y apocalipticismo judío, entrada que recomiendo sea leída junto a esta pues aquí solo me limitaré a resumir sus puntos más importantes.
Para los judíos de la antigüedad, la línea divisoria entre religión y política era esencialmente inexistente. La religión judía estaba firmemente fundada en la creencia que Dios había escogido a Israel de entre todas las naciones para ser su pueblo elegido, liberándolo de su esclavitud en Egipto, entregándole la Torá y estableciéndolo con mano firme en la Tierra Prometida. La autonomía política de Israel, por lo tanto, era parte del pacto sagrado entre Dios y su pueblo, y una parte íntegra e inalienable de la conciencia religiosa judía. Es por ello que cuando la nación israelita finalmente perdió su soberanía a manos de potencias extranjeras, ello no solamente constituyó un problema político y social, sino una auténtica catástrofe teológica, la cual parecía atentar contra el corazón mismo de la fe judía. Esa es la razón por la cuál dentro del judaísmo se desarrolló lo que se podría denominarse una teología restauracionista, perspectiva religiosa que en resumen articulaba la esperanza de que Dios no permitiría la humillación de Israel continúe de modo indefinido, sino que llegará el día en que actuaría (sea directamente o mediante intermediarios humanos) para restablecer la soberanía de su pueblo.
La popularidad e influencia de la teología restauracionista fue particularmente intensa durante la época de la ocupación romana en tiempos de Jesús. En efecto, durante ese tiempo tenemos registro de varios movimientos judíos, tanto militares como religiosos, que compartían la fe de que Dios estaba a punto de devolverle a Israel su autonomía. Por el lado militar podemos encontrar movimientos como los Zelotes, la rebelión de Judas de Galilea y los seguidores del “Mesías” Simón bar Kojba, todos los cuales iniciaron revueltas armadas en contra de Roma convencidos de que Dios les daría la victoria. Del lado religioso, grupos como los Esenios y los seguidores de los auto-proclamado profetas Teudas y “El Egipcio” también estaban convencidos de que Dios estaba a punto de restaurar a Israel, aunque lo haría mediante un milagro en vez del poder de las armas.
Sin embargo, muchos de los que creían que la soberanía de Israel pronto iba a ser restaurada fueron mucho mas allá. Para ellos, la restauración de Israel no iba solo a ser la restauración de un reino «ordinario» (similar, por ejemplo, al que existió durante el reinado del Rey David) sino que la reconstitución de Israel sería en esencia la llegada de un reino perfecto, utópico y paradisiaco. Un reino terrestre donde la injusticia, el sufrimiento y la desesperación desaparecerían en un parpadeo. Esta vertiente teológica extrema, la cual puede denominarse como restauracionismo escatológico o apocalíptico, aparece en varios textos compuestos en tiempos de Jesús, incluyendo el libro de Daniel, cuarto libro de Esdras, el segundo libro de Baruc, el Testamento de los Doce Patriarcas, el libro de Enoc, el libro de Jubileos, así como los famosos Rollos del Mar Muerto.

Si bien muchos de estos textos al final del día acabaron no siendo parte de Biblia, estos fueron tremendamente populares durante el siglo I y su impacto en el desarollo de la teología cristiana y judía es palpable. A pesar de que cada uno de estos textos tiene características únicas, todos nos cuentan historia más o menos similar: A pesar de haber sido creado por un Dios bondadoso, el mundo material estaba dominado por poderes demoniacos que manifestaban su poder a través de enfermedad, muerte, y, ante todo, en la opresión de Israel. El poderío de las fuerzas de las tinieblas, sin embargo, estaba a punto de llegar a su final. Dios estaba por revelar su poder en el mundo humano para violentamente derrocar a estos poderes. Pronto vendría un catastrófico un juicio cósmico donde los santos elegidos de Dios serían recompensados mientras que los perversos opresores castigados. Después de este iniciaría una era de paz sobrenatural, con la soberanía de Israel restaurada y el pueblo judío purificado. La propia muerte sería derrotada, por lo que los elegidos de Dios gozarían de vida eterna y los mártires se levantarían físicamente de sus tumbas para participar en el Nuevo Israel. El mundo material, ahora liberado de la influencia de los poderes de la oscuridad, se transformaría en un paraíso para el disfrute de los santos de Dios. Así, para los judíos apocalípticos, la redención de Israel sería mucho más que el restablecimiento de una nación soberana, sino que marcaría la destrucción del orden presente y el inicio de una Nueva Era.

Vale la pena enfatizar que muchas de estas doctrinas no eran compartidas por todos los judíos. La existencia de poderes demoníacos, la resurrección de los muertos, y la llegada de una Nueva Era son todas ideas que están completamente ausentes de la Torá, por lo que a pesar de su popularidad no eran artículos de fe compartidos por todos los grupos judíos. En efecto, el registro histórico muestra que estas ideas no emergieron dentro del judaísmo sino hasta alrededor del siglo II a.C, probablemente bajo la influencia del zoroastrismo persa. Sin embargo, pese a ser una ideología aparentemente tan extravagante, el apocalipticismo judío es en cierto modo una extensión de las mismas convicciones de los antiguos profetas judíos. En palabras de Paula Fredriksen:
“En el corazón del apocalipticismo yace la misma convicción que inspiró a los profetas: el pacto de Dios con Israel es eterno, sin importar cualquier evidencia que los eventos presentes brinden al contrario, por lo que Dios con toda seguridad redimirá y restaurará a su pueblo. Sin embargo, algo crucial ha cambiado aquí. El Israel “restaurado” es un Israel idealizado, uno que nunca fue descrito así por las escrituras: un pueblo enteramente dedicado a la Torá, con un sacerdocio y un Templo universalmente reconocidos como puros, bajo un monarca perfecto, viviendo en paz. Sus perfecciones son universalizadas: lo que para los antiguos profetas sería un evento histórico en la vida de Israel se transforma, en los escritos apocalípticos, en lo que Dios traerá al final del tiempo, cambiando la naturaleza de la realidad histórica en sí misma. (…) El mundo entero experimentará la redención de Israel, pues esta señalará la redención del mundo entero.” (From Jesus to Christ, pp. 82)
En efecto, la idea de “salvación” en el judaísmo siempre estuvo impregnada de connotaciones colectivas y materiales. En la conciencia religiosa judía, Dios salva a su pueblo interviniendo de modo dramático y tangible en el mundo humano “aquí abajo”, tal y como lo hizo a través de Moisés durante los eventos del Éxodo. La idea de que la “salvación” consiste en que tu “alma” individual vaya a un reino invisible “allá arriba” después de tu muerte sería una idea completamente absurda para el imaginario religioso judío (razón por la cual esta idea está completamente ausente en el Antiguo Testamento y aparece sólo marginalmente en el Nuevo). El apocalipticismo judío, por lo tanto, era una expresión radical de la esperanza de que Dios se acertaría a sí mismo como el definitivo soberano del aquí y el ahora, restaurando políticamente a Israel, resucitando físicamente a los muertos, e inaugurando una era de paz, prosperidad y justicia en esta tierra.
Esta íntima conexión entre política y religión, entre lo material y espiritual, explica otro de los artículos de fe más comunes de la teología restauracionista (tanto apocalíptica como no-apocalíptica): la esperanza de la llegada del Mesías. Los judíos mantenían vivo el recuerdo la promesa hecha por Dios al rey David de que siempre habría un descendiente suyo gobernando Israel (ver, por ejemplo, 2 Sam. 7:16, Sal. 110: 11-12, Sal. 89: 3-4, 1 Cro. 17:14), promesa que quedaría incumplida mientras los israelitas vivan bajo el yugo de la opresión extranjera. Es por eso que los judíos, tanto apocalípticos como no-apocalípticos, albergaban la expectativa de que uno de sus descendientes, denominado como el Mesías o el Cristo (“cristo” es una traducción griega de la palabra hebrea “mesías”) emergería como el legítimo soberano de Israel para llevarlo hacia su independencia. En efecto, dentro del judaísmo el título «Mesías» era un título impregnado de connotaciones políticas, el cual ordinariamente hacía referencia heredero de David que vindicaría a la nación israelita. Para algunos, el Cristo sería un líder militar que derrotaría las legiones extranjeras mediante espadas y escudos. Para otros, sería un líder religioso similar a Moisés que liberaría a los judíos exclusivamente mediante la intervención sobrenatural de Dios y no el poder de las armas. Dentro de la imaginación apocalíptica, la aparición del Mesías o el Cristo frecuentemente se convertía en parte íntegra de la batalla final entre las fuerzas de la luz y las tinieblas. Solo cuando el Mesías esté finalmente sentado en el trono la redención de Israel y del mundo estarían completas.

Esta colorida constelación de ideas teológicas que orgánicamente entremezclaban esperanzas religiosas, políticas y apocalípticas constituyen el contexto histórico donde Jesús predicó y diseminó originalmente su mensaje, por lo que son el marco dentro del cual debemos situar sus palabras y obras si queremos entender su significado original.
Jesús, el Mesías Apocalíptico
La “escandalosa” afirmación de Schweitzer, por lo tanto, consistió en argumentar que el mensaje original de Jesús fue una variante de este cóctel de ideas mesiánico-apocalípticas. No es difícil ver porqué. El cristianismo inició en un tiempo y lugar cargados de intensas expectativas restauracionistas por Jesús de Nazaret, un judío cuyos seguidores lo proclamaron Mesías, Cristo e hijo de David, cuyo mensaje principal fue la llegada del Reino de Dios, que practicaba exorcismos para expulsar poderes demoníacos, y que enseñó habría una resurrección corporal donde los justos serían recompensados mientras los malvados castigados. Este predicador entraría en conflicto con las autoridades, las cuales lo crucificarían por llamarse “Rey de los Judíos”. Sin embargo, sus seguidores anunciarán que resucitó físicamente y que ascendió al Cielo desde donde bajará para traer juicio a la humanidad e inaugurar una Nueva Era. Así, incluso un análisis superficial sugiere que el cristianismo primitivo está empapado de conceptos propios del mesianismo escatológico judío. El análisis crítico y contextualizado de los actos y palabras de Jesús, argumentó Schweitzer, revelaba una abundancia de elementos apocalípticos, los cuáles habrían sido posteriormente malentendidos, reinterpretados, descontextualizados, ignorados u otramente enmudecidos por exegetas tanto religiosos como seculares durante siglos.

Jesús, al igual que otros judíos de su época, habría compartido la esperanza de que el curso ordinario de la historia estaba a punto de llegar a su fin. Dios estaba por de inaugurar el “Reino de Dios” en esta tierra, reino que en esencia sería la creación de un Nuevo Israel donde el sufrimiento, la injusticia, la opresión y la muerte dejarían de existir. El mundo material no iba a desaparecer, pero estaba a punto de ser redimido, transformado, “hecho nuevo”. Antonio Piñero expresa este punto:
“Se trataba, pues, de un reino de Dios «aquí abajo», en la tierra de Israel naturalmente. El fin de este mundo y la implantación del reino de Dios en un «mundo futuro» no significaba, pues, la aniquilación total de la tierra presente, sino su «renovación o restauración», como dice el apóstol Pedro en su segundo gran discurso después de los sucesos de Pascua (Hch 3, 20) Esta restauración sucede de acuerdo con lo «dicho por Dios desde antiguo por boca de sus santos profetas» (3, 21). Y como los profetas jamás hablaron de un reino de Dios ultramundano, la conclusión es que la predicación primitiva cristiana pensaba que el Reino predicado por Jesús habría de tener lugar en un Israel restaurado, no aniquilado totalmente.» (El Juicio Final, pp. 185-186)
De igual forma, E.P. Sanders:
“Jesús no esperaba el fin del mundo en el sentido de la destrucción del cosmos. El esperaba un divino milagro transformador. Como judío devoto, el pensaba que Dios había intervenido previamente en el mundo para salvar y proteger a Israel. Por ejemplo, Dios había partido el mar para que Israel pueda escapar del ejército egipcio que lo perseguía, él había alimentado al pueblo con maná en el desierto, y los había traído a la tierra de Palestina. En el futuro, Jesús pensaba que Dios actuaría aún más decisivamente: crearía un mundo ideal. El restauraría las doce tribus de Israel, y la paz y la justicia prevalecerían. La vida sería como un banquete.” (The Historical Figure of Jesus, pp. 183-184)
Bajo esta óptica, el mensaje original de Jesús estaría perfectamente resumido en las primeras palabras que pronuncia en el Evangelio según San Marcos: “Se ha cumplido el tiempo. El Reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (1:15). Dios estaba a punto de actuar decisivamente en el mundo humano, devolviéndole la soberanía a Israel, resucitando a los muertos e inaugurando una era libre de sufrimiento, enfermedad, injusticia y muerte para los oprimidos. Los detalles que tenemos sobre su ministerio apuntan a que estaba centrado en preparar a Israel para llegada de ese gran momento (ej.: Mt. 10). La transformación final del cosmos estaba extremadamente cerca, tan cerca que Jesús prometió a sus seguidores que “algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto el Reino de Dios llegar con poder” (Mc. 9:1). Jesús se acercó a los pobres, los marginados y destituidos de Israel, anunciándoles que su sufrimiento estaba por terminar. El Reino de Dios les pertenecería. Ese era su “evangelio”, es decir, sus “buenas nuevas”. El momento de la redención final estaba cerca. El fin de los tiempos había llegado.
El carácter mesiánico y apocalíptico de la prédica de Jesús sería aquello que en última instancia precipitó su muerte. Su crucifixión como “Rey de los Judíos”, es decir, como un disidente político, da testimonio precisamente del hecho de que su mensaje debió tener una dimensión política. En efecto, cuando llegue el Reino, ¿quién sería el Mesías o Cristo de Dios que se sentará en el trono de Israel? Para los primeros cristianos la respuesta era clara. El título “Cristo”, el cual como vimos estaba repleto de connotaciones políticas y nacionalistas, fue atribuido con tanto entusiasmo a Jesús por sus allegados que acabó convirtiéndose parte parte de su nombre: “Jesucristo”. Bajo este esquema, contrario a lo que se cree a menudo, el mensaje original proclamado por Jesús y los primeros cristianos no habría trascendido al judaísmo de, sino que habrían sido una expresión orgánica de las tendencias nacionalistas más radicales del mismo. El mensaje original de los primeros cristianos habría sido este: Israel estaba a punto de ser restaurado por la intervención de Dios y Jesús sería su Cristo, es decir, su rey.

Porqué Jesús fue un Profeta Apocalíptico
Es fácil ver porqué este retrato de Jesús resultó incómodo e incluso ofensivo para muchos de los contemporáneos de Schweitzer, al igual que sospecho puede serlo para muchos lectores hoy. Un Jesús apocalíptico parecía dejar insatisfechos a todos. Por un lado, a pesar de la evidente preocupación que Jesús tenía por los pobres y marginados, este difícilmente podía ser “reclutado” dentro de una ideología contemporánea de cambio social. Un Jesús apocalíptico simplemente no compartiría el optimismo moderno, nacido durante la Ilustración, de que el ser humano es capaz construir una sociedad justa mediante reformas políticas, sociales y económicas. Para él, la verdadera justicia sólo se manifestaría dentro el mundo humano mediante un acto violento por parte de Dios. Jesús no esperaba reformar al mundo, esperaba su final. Del mismo modo, un Jesús apocalíptico sería igualmente incompatible con el cristianismo tradicional defendido por los apologetas conservadores. Si el retrato ofrecido por Schweitzer era el correcto, entonces Jesús nunca pretendió fundar una religión nueva, sino que su mensaje fue una expresión orgánica del judaísmo de su tiempo. Peor aún, si Jesús fue un profeta apocalíptico entonces él y sus seguidores estaban demostrablemente equivocados. El “inminente” fin del mundo simplemente nunca se materializó.
Es por lo tanto un hecho notable que, a pesar de ser un retrato tan alienante, la mayoría de investigadores bíblicos de todas las confesiones hoy en día coinciden en que es el correcto. Sean católicos, protestantes, judíos o agnósticos, laicos o sacerdotes, la mayor parte de expertos del cristianismo primitivo se adhiere a la perspectiva que Jesús fue un profeta escatológico. Podemos hablar de un consenso emergente, el cual se ha ido solidificando desde la obra de Schweitzer hasta nuestros días. En palabras de Dale Allison:
“En los últimos cien años quizá la mayoría de estudiosos del Nuevo Testamento se ha acercado a las palabras de Jesús bajo el paradigma que fue un profeta escatológico. Tomando prestado del análisis de Kuhn sobre las revoluciones científicas, se puede decir que los trabajos de Weiss y Schweitzer trajeron consigo un “rápido e inestructurado cambio similar a un giro de gestalt”. Muchos académicos vivieron un tipo de experiencia de conversión (una que todavía hoy en día se repite cuando alguien que ha sido criado en una iglesia con un entendimiento no-escatológico del reino de Dios va a la universidad o a un programa de posgrado y es convencido que Jesús fue un profeta escatológico). A pesar de la resistencia inicial y continuada, más y más académicos llegaron a ver que la historia de Jesús como un profeta escatológico ofrecía, para usar la expresión de Lakatos, el mejor programa de investigación científica. Su simplicidad, alcance, poder explicatorio, y paralelos en la historia de las religiones lo apoyan.” (Jesus of Nazareth, Millenarian Prophet, pp. 38)
Esto no quiere decir que todos los aspectos concretos de la reconstrucción de Schweitzer hayan sido aceptados. Al contrario, los académicos de hoy en día reconocen que muchos de los detalles de su retrato estaban errados, al igual que varios de sus postulados metodológicos. Sin embargo, la esencia de su reconstrucción, es decir, que el mensaje de Jesús fue apocalíptico, continúa siendo el paradigma dominante en instituciones académicas de estudios bíblicos e históricos, tanto confesionales como seculares. En efecto, si bien hoy en día todavía existen muchos debates entre investigadores respecto a los detalles concretos de la vida y mensaje de Jesús, la gran mayoría de ellos sigue adhiriéndose a la perspectiva de que fue un profeta anunciador del inminente final de los tiempos. Es menester ahora, por lo tanto, explicar que sustenta a este consenso emergente, es decir, explicar porqué la hipótesis que Jesús fue un profeta apocalíptico es la hipótesis que, para investigadores como Allison, goza de la mayor “simplicidad, alcance, poder explicatorio, y paralelos en la historia de las religiones”.

A tal efecto, voy a publicar una serie de entradas resumiendo las razones principales por las cuales la mayoría investigadores modernos han aceptado el paradigma propuesto por Schweitzer. En la primera, me concentraré en los actos de Jesús más prominentes de su ministerio, señalando como estos de forma individual y más aún de forma conjunta apuntan a la conclusión de que Jesús fue un profeta apocalíptico. En la segunda, me concentraré en las enseñanzas de Jesús preservadas en los evangelios, indicando como estas directamente evidencian un mensaje escatológico o tienen más sentido si son interpretadas dentro de ese marco. En la tercera, presentaré un análisis comparativo entre el cristianismo y otros movimientos apocalípticos o milenarios, recalcando la existencia de patrones comunes. Finalmente, en la cuarta presentaré un resumen de conclusiones y reflexiones finales.
(Puedes ver las otras entradas que se han publicado a la fecha en esta serie en la biblioteca, o en la lista que se encuentra debajo de la bibliografía)
BIBLIOGRAFÍA
- Allison, Dale C. Jesus of Nazareth: Millenarian Prophet. Fortress Press, 1998.
- Bellinzoni, Arthur J. The New Testament: an Introduction to Biblical Scholarship. Wipf And Stock Pub, 2016.
- Brown, Raymond E., and Marion L. Soards. Introduction to the New Testament. Yale University Press, 2016.
- Brown, Raymond Edward. An Introduction to New Testament Christology. St. Pauls, 1996.
- Collins, John J. The Encyclopedia of Apocalypticism. Continuum, 2006.
- Collins, John J. The Oxford Handbook of Apocalyptic Literature. Oxford University Press, 2014.
- Ehrman, Bart D. Jesus: Apocalyptic Prophet of the New Millenium. Oxford University Press, 1999.
- Ehrman, Bart D. The New Testament: a Historical Introduction to the Early Christian Writings. Oxford University Press, 2016.
- Fredriksen, Paula. From Jesus to Christ: the Origins of the New Testament Images of Jesus. Yale University Press, 2014.
- Fredriksen, Paula. Jesus of Nazareth, King of the Jews: a Jewish Life and the Emergence of Christianity. Manitoba Education and Advanced Learning, Alternate Formats Library, 2015. (Kindle ed.)
- Holladay, Carl R. A Critical Introduction to the New Testament. Abington Press, 2005.
- Levine, Amy-Jill, et al. The Historical Jesus in Context. Princeton University Press, 2006.
- Meier, John P. A Marginal Jew, Rethinking the Historical Jesus: Mentor, Message, and Miracles. II, 1994.
- Meier, John P. A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus: The Roots of the Problem and the Person. I, Doubleday, 1991.
- Piñero Antonio, and Segura Eugenio Gómez. El Juicio Final: En El Cristianismo Primitivo y Las Religiones De Su Entorno. Edaf, 2010.
- Piñero, Antonio. Aproximación Al Jesús Histórico. Trotta, 2018.
- Sanders, E. P. The Historical Figure of Jesus. Penguin Books, 1996.
- Sanders, E.P. Jesus and Judaism. SCM Press, 2004.
- Schweitzer, Albert. Quest for the Historical Jesus: a Critical Study of Its Progress from Reimarus to Wrede. Macmillan Co., 1968.
- Vermes Géza. Christian Beginnings: from Nazareth to Nicea. Yale University Press, 2013.
- Vermès Géza. The Authentic Gospel of Jesus. Folio, 2009.
Esta entrada es parte de un grupo dedicado a explorar el carácter apocalíptico de Jesús y el cristianismo primitivo. Otras entradas dentro de esta categoría son:
- Mesianismo y Apocalipticismo
- El Apocalipticismo de los Primeros Cristianos
- El «Padre Nuestro»: una Oración para el Final de los Tiempos
- Jesús de Nazaret, Profeta Apocalíptico
- Los Actos Apocalípticos de Jesús
- Las Enseñanzas Apocalípticas de Jesús
- Movimientos Milenarios y los Orígenes del Cristianismo
- Un Jesús Apocalíptico: Conclusiones y Reflexiones (no publicado aún)
Esta entrada igualmente forma parte de una serie dedicada a la reconstrucción del Jesús Histórico. Otras entradas de esta serie son:
- La Búsqueda del Jesús Histórico: Fuentes y Criterios
- ¿Existió Jesús?
- La Natividad: Historia y Leyenda (1)
- La Natividad: Historia y Leyenda (2)
- La Natividad: Historia y Leyenda (3)
- ¿Tuvo Jesús Hermanos?
- Jesús de Nazaret, Profeta Apocalíptico
- Los Actos Apocalípticos de Jesús
- Las Enseñanzas Apocalípticas de Jesús
- Movimientos Milenarios y los Orígenes del Cristianismo
- Un Jesús Apocalíptico: Conclusiones y Reflexiones (no publicado aún)
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