Jesús, el Hombre Bajado del Cielo: El Evangelio según San Juan

En entradas anteriores presenté un análisis del contenido, interpretación y comparación de los tres evangelios sinóptico (Marcos, Mateo, y Lucas) desde la perspectiva histórico-crítica. En esta entrada, para finalmente completar la serie, presentaré el mismo tipo de análisis concentrándome en el último de los evangelios canónicos: el Evangelio según San Juan.

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Antes de empezar quiero enfatizar que este análisis se efectúa desde una perspectiva estrictamente histórica y literaria, no teológica o religiosa. Esto significa, entre otras cosas, que este artículo dará por sentado las conclusiones que la investigación histórica ha llegado respecto a la naturaleza y autoría de los evangelios, así como las reglas exegéticas usadas para analizarlos. Le dediqué una entrada completa a articular dichas reglas, entrada que recomiendo se lea antes de esta.

El Evangelio de Juan: Características Generales

Autoría

Si bien la tradición eclesiástica afirmó durante siglos que este evangelio fue escrito por Juan, hijo de Zebedeo y discípulo de Jesús, los investigadores modernos son esencialmente unánimes en rechazar dicha afirmación. A los ojos de la investigación moderna, el llamado Evangelio de Juan es la obra de un autor anónimo, el cual habría compuesto el evangelio basándose en tradiciones orales y escritas que circulaban en su comunidad alrededor del año 100 d.C. Para los lectores que deseen profundizar en las razones que llevan a esta conclusión, le he dedicado una entrada completa a ese tema.

Juan y los Sinópticos

Quizá aquello que destaca más del evangelio de Juan es lo diferente que es este de los demás evangelios canónicos. En efecto, mientras que los llamados evangelios “sinópticos” (Marcos, Mateo y Lucas) presentan un retrato del ministerio de Jesús bastante similar, una comparación incluso superficial de estos con el evangelio de Juan revela diferencias impactantes. Para ilustrarlas, hagamos un pequeño resumen de la trama de los tres evangelios sinópticos:

  • En dos de ellos (Mateo y Lucas, pero no en Marcos) Jesús nace en Belén de una virgen.
  • Jesús empieza su vida pública bautizado por Juan Bautista.
  • Después de su bautismo Jesús es puesto a prueba por Satanás en el desierto.
  • Cuando regresa a la civilización, empieza a proclamar la inminente llegada del Reino de Dios, cosa que se convierte en el núcleo de su mensaje.
  • Esta proclamación se hace casi en su totalidad mediante parábolas. Marcos incluso afirma que este es el único medio por el cual Jesús predicaba a las multitudes (Mc. 4:33-34).
  • La proclamación del Reino va de la mano con exorcismos (y otros milagros), los cuales son presentados como signos de su llegada.
  • Jesús busca ocultar su identidad como el Mesías y ordena a los demonios y cualquiera otros que sepan de ella a permanecer en silencio, salvo muy contadas excepciones.
  • Aproximadamente en la mitad de los evangelios sinópticos, Jesús sube a un monte donde se transfigura, revelando su gloria a Pedro y Juan.
  • Casi al final de su vida, Jesús entra en el Gran Templo de Jerusalén donde causa un escándalo, expulsando a los cambistas que en él operaban.
  • Poco después Jesús tiene una cena de Pascua judía donde establece la Eucaristía, tomando el pan y vino pascual para darles un nuevo significado relacionado con su muerte y ordenando a sus seguidores que repitan esa cena en conmemoración suya.
  • Inmediatamente después, Jesús va al jardín de Getsemaní donde ora al Padre para que, si es su voluntad, le evite el sufrimiento que se acerca.
  • Jesús es aprehendido y llevado ante el Sanedrín (el gran consejo de autoridades judías en Jerusalén) donde es condenado por blasfemia y entregado a las autoridades romanas para su ejecución.

Ahora bien, por sorprendente que parezca, ninguno de los puntos arriba listados aparece en el evangelio de Juan. En efecto, en este evangelio nunca se menciona que Jesús haya nacido en Belén o que su madre haya sido una virgen. Igualmente, Jesús nunca es bautizado por Juan, ni tentado en el desierto. En vez de ser el punto central de la prédica de Jesús, solo menciona al Reino de Dios en un único diálogo (Jn. 3:1-5). Mas sorprendentemente, en este evangelio Jesús nunca pronuncia una parábola ni realiza un solo exorcismo. Jesús tampoco hace ningún esfuerzo para ocultar su identidad, sino que todo lo contrario la anuncia abiertamente y realiza señales milagrosas en público con el explícito propósito de demostrarla. No se menciona la Transfiguración. Si bien Juan recuenta el escándalo hecho por Jesús en el Templo, este es colocado al inicio de su evangelio, como uno de los primeros actos públicos de Jesús. Igualmente, la Última Cena no es una cena pascual, y en ella en ningún momento se establece la Eucaristía. Jesús nunca le pide al Padre en el jardín que le libre del sufrimiento venidero y una vez arrestado, Jesús no es llevado ante el Sanedrín.

Mientras que para la tradición sinóptica la mayoría del ministerio de Jesús ocurrió en Galilea, al norte de Israel, la mayoría del evangelio de Juan ocurre en Judea, al sur. Mientras que los sinópticos sólo mencionan un único festival de Pascua, indicando un ministerio de solo un año, Juan menciona no menos de tres. Igualmente, Jesús habla de un modo muy diferente que en los otros evangelios: mientras que en estos últimos Jesús se expresa mediante aforismos cortos y concisos, el Jesús de Juan habla a través de discursos largos y solemnes. Lo mismo ocurre con las disputas entre Jesús y sus adversarios: mientras que en los sinópticos estos diálogos son cortos y por lo general terminan con una respuesta contundente de Jesús, las disputas en el evangelio de Juan son largas, extendiéndose a veces por páginas.

Pero quizá la diferencia más impactante y relevante entre Juan y los sinópticos se halla en la su teología. En efecto, solo en este evangelio se indica que Jesús es el “Logos”, la palabra de Dios encarnada, la cual existió junto a Dios desde antes de la creación y por la cual se hicieron todas las cosas. Ningún otro evangelio canónico indica (al menos explícitamente) que Jesús haya pre-existido en el Cielo antes de nacer o que su majestad sea equiparable a la del Padre. Mientras que el Jesús de los sinópticos es retratado como profeta y Mesías, Juan va muchísimo más allá, retratando a Jesús como una divinidad que bajó del Cielo. Así, a pesar de que Juan y los sinópticos superficialmente presentan una trama similar y comparten algunas historias (ej.: la multiplicación de los panes), no debemos engañarnos: el evangelio de Juan es una narración distinta, que presenta una cronología distinta, cuyos personajes se expresan y actúan de modos distintos, y que articula una teología muy diferente a la de Marcos, Mateo y Lucas.

El Estilo de Juan

Uno de los rasgos más interesantes de este evangelio es como su teología impregna no sólo su contenido, sino también su estilo. El drama central del evangelio de Juan es este: Jesús, un ser luminoso venido del Cielo “allá arriba” desciende al mundo de las tinieblas “aquí abajo”, donde interactúa con sus habitantes, quienes no le entienden y lo rechazan. Esta constante tensión metafísica se articula estilísticamente de varios modos:

  1. Lenguaje Poético: Jesús en este evangelio se comunica no mediante parábolas o aforismos como en los sinópticos, sino mediante discursos solemnes, evocando una forma de comunicación sacra distinta a la conversación humana ordinaria.
  2. Malentendidos: Si bien Jesús proviene del Cielo, él está obligado a emplear el lenguaje de los habitantes de “aquí abajo”. Para comunicar las verdades ultraterrenas usando lenguaje terrenal, el Jesús de Juan frecuentemente emplea lenguaje figurativo o metafórico que será a menudo malentendido por sus oyentes, quienes lo interpretarán en un sentido terrenal en vez de espiritual. El malentendido dará inicio a un diálogo entre Jesús y el oyente, mecanismo literario que permite al evangelista exponer su teología con más detalle (ver en particular Jn. 2:19-21, 3:3-4, 4:10-11, 6:26-27, 8:33-35, 11:11-13)
  3. Doble Sentidos: A menudo conectado con el punto anterior, el evangelio de Juan está salpicado de expresiones que conllevan un doble sentido: uno terrenal y otro espiritual. El doble sentido frecuentemente depende de un doble sentido lingüístico (lo que a menudo los hace difíciles de traducir). Por ejemplo, en el capítulo 3 Jesús entabla un diálogo con Nicodemo, un personaje fariseo único de este evangelio, mucho del cual gira alrededor del doble sentido de la palabra griega ἄνωθεν, “anothen”, la cual puede significar “del cielo” o “por segunda vez” dependiendo del contexto. En efecto, Jesús le dice a Nicodemo que solo quien nace del cielo (anothen) puede ver el Reino de Dios (Jn. 3:3), sin embargo, Nicodemo se confunde y le pregunta a Jesús cómo es posible volver a nacer una segunda vez (Juan 3:4).
  4. Ironía: Del mismo modo, los oponentes de Jesús frecuentemente harán comentarios derogatorios, sarcásticos o incrédulos en contra suya, sin percatarse de que irónicamente sus expresiones expresan una verdad espiritual más profunda (ver, por ejemplo, Jn. 11:49-50.
  5. Dualismo: Siguiendo el mismo patrón, el evangelio de Juan presenta frecuentemente contrastes entre luz y oscuridad, noche y día, agua y sangre, vida y muerte, entendimiento e ignorancia (etc.).

Contenido del Evangelio

Estructuralmente hablando, los exegetas generalmente detectan cuatro “secciones” presentes en el evangelio, las cuales posiblemente hayan provenido de fuentes anteriores recopiladas y editadas por el evangelista final:

  1. El Prólogo (Jn. 1:1-1:18): Un himno corto y solemne que articula el origen divino de Jesús como el Logos o Verbo divino.
  2. El “Libro de Signos” (Jn. 1:19-12:50): La sección medular del evangelio, la cual está estructurada alrededor de siete milagros o “signos” hechos por Jesús.
  3. El Libro de la Gloria (13:1-20:31): La sección consiste en una larga serie de discursos ostensiblemente pronunciados en la Última Cena, seguidos de un recuento del arresto, juicio y ejecución de Jesús. La sección finalmente termina con el hallazgo de la tumba vacía y la aparición del Jesús resucitado a los discípulos.
  4. Epílogo (Jn. 21:1-25): El evangelio concluye con una aparición adicional de Jesús a Pedro y otro discípulo, la cual habría ocurrido a orillas del Mar de Galilea.

Prólogo: El Verbo se hizo Carne

El Evangelio de Juan inicia con un himno que relata cómo desde el inicio de la creación Dios estuvo acompañado por el Logos (el “Verbo”), el cual comparte su naturaleza divina (Jn.. 1:1) y cómo Dios creó el mundo a través él (Jn. 1:2). El himno parece estar inspirado en dos tradiciones. La primera, de origen judío, se halla en el capítulo 8 del Libro de Proverbios, donde se incluye un “Himno a la Sabiduría” que relata cómo desde el inicio de la creación Dios estaba acompañado de una personificación de “la Sabiduría”. Por otro lado, el himno parece también estar inspirado en la idea del “demiurgo” presente sistemas de filosofía Platónica. En dichos sistemas, el mundo material no habría sido creado directamente por el Dios, ya que este es concebido como demasiado alto, espiritual e indiferente como para hacerlo, sino que habría sido una emanación suya, llamada “demiurgo”, el cual sería responsable. Así, el demiurgo en la filosofía griega sería una especie de artesano, el cual habría forjado el mundo material que habitamos basándose en el mundo intangible de las Ideas. Es este ente místico el que toma forma humana en la persona de Jesús de Nazaret.

El Libro de Signos: La Palabra Encarnada se Revela

El Libro de Signos está estructurado alrededor de siete milagros o “signos” realizados por Jesús. Los siete signos, concretamente, son:

  1. Transformar agua en vino,
  2. Curar al hijo de un oficial,
  3. Sanar a un paralítico
  4. La multiplicación de los panes,
  5. Caminar sobre las aguas,
  6. Curar a un ciego de nacimiento, y;
  7. Resucitar a Lázaro.

Al lector no se le escapará el simbolismo detrás del número “siete”, asociado con los siete días de la Creación del Génesis. Los milagros realizados por Jesús a menudo irán acompañados de discursos, diálogos o disputas relacionados con ellos. En particular, Jesús pronunciará discursos donde dirá “Yo soy X”, donde X guarda relación temática con algún signo realizado. En efecto, en este evangelio Jesús dirá:

  •     “Yo soy el pan de vida” (relacionado con la multiplicación de los panes),
  •     “Yo soy la luz del mundo” (relacionado con darle la vista a un ciego),
  •     “Yo soy la resurrección y la vida” (relacionado con la resurrección de Lázaro),
  •     “Yo soy la verdadera vid” (relacionado con la transformación de agua en vino),

La narración inicia con una secuencia de siete días (una vez más evocando al Génesis) donde Jesús gradualmente aparece en la escena pública, culminando en el séptimo día con su primer milagro. En el primer día un grupo de líderes judíos preguntan a Juan Bautista es el Mesías, cosa que niega. Jesús aparece en la escena el segundo día y es reconocido por Juan Bautista como el “Cordero de Dios”, título exclusivo del Evangelio de Juan y que cobrará especial significado en su recuento de la crucifixión (como veremos más adelante). A pesar de que el Bautista indica que vio al Espíritu Santo descender en forma de paloma sobre Jesús (Jn 1:32), en ningún momento se indica que Jesús haya sido bautizado. Al tercer día dos de los discípulos del Bautista lo siguen y uno de ellos, Andrés, trae consigo a su hermano Simón, cuyo nombre es cambiado a “Pedro” (piedra) por Jesús (en este evangelio Pedro recibe su nombre al inicio del ministerio de Jesús, en vez de la mitad). En el cuarto día Jesús viaja a Galilea y llama a Felipe quien trae consigo a su hermano Natanael (discípulo no mencionado en los otros evangelios, pero que la tradición eclesiástica identificó con Bartolomé). Finalmente, tres días después (en el séptimo día) Jesús y sus discípulos atienden una boda en Caná de Galilea, donde, a petición de su madre, Jesús transforma el agua usada para la purificación de los judíos en vino.

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Jesús expulsa a los mercaderes

Habiéndose revelado, Jesús hace su primer acto en la vida pública: la purificación del Templo. Durante el festival de la Pascua, Jesús entra violentamente al Gran Templo de Jerusalén donde expulsa a los cambistas y vendedores, dramático evento que la tradición sinóptica sitúa al final de su ministerio en vez del principio. El conflicto con las autoridades judías, iniciado con la purificación del Templo, se vuelve cada vez más acrimonioso a medida que el evangelio progresa. El conflicto se acrecienta a la vez que las señales milagrosas públicas hechas por Jesús cada vez son más impactantes. En efecto, no es coincidencia que el autor del evangelio las haya colocado en el orden en el que están: las señales son presentadas de la menos a la más impresionante hasta terminar con el milagro más sorprendente: la resurrección de Lázaro (personaje que sólo aparece en este evangelio).

Es precisamente la resurrección de Lázaro aquél que constituye el punto de quiebre en el conflicto entre Jesús y las autoridades. A raíz de este, se convoca una reunión de emergencia del Sanedrín, el alto consejo de autoridades de Jerusalén, donde se expresa la preocupación de que la creciente popularidad de Jesús acabe iniciando una revuelta en contra de Roma, y que en represalia ellos destruyan su Templo y nación. Ante esta preocupación, el sumo sacerdote Caifás anuncia que Jesús debe morir ya que “conviene más que muera solo un hombre por un pueblo en vez que perezca toda una nación” (Jn. 11:50). Para el evangelista el comentario contiene una profunda ironía. Caifás a accidentalmente pronunciado una profecía: la muerte de Jesús debe ocurrir para que haya salvación, aunque no de la forma que Caifás cree.

La sección del Libro de Signos concluye con la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y la predicción de su inminente muerte.

El Libro de la Gloria: El Verbo encarnado es Glorificado

El capítulo 12 del evangelio nos lleva de inmediato a la Última Cena en la víspera de la crucifixión de Jesús, la cual es descrita de una forma sustancialmente distinta a los evangelios sinópticos.

La escena empieza con Jesús lavando los pies a sus discípulos, gesto que solo aparece en este evangelio, antes de empezar la comida. Una vez terminada la cena, Jesús predice que uno de sus discípulos lo traicionara. Los discípulos están desconcertados. Aquí el autor introduce a un nuevo personaje: “el discípulo a quien Jesús amaba”, discípulo anónimo pero que la tradición eclesiástica identificó con Juan, hijo de Zebedeo, y cuyo testimonio habría servido de fuente para el evangelista (Jn. 21:24). Pedro le pide a este discípulo especial que le pregunte a Jesús quién será el traidor. Jesús indica que será “aquel a quien yo le dé este pedazo de pan que voy a mojar en el plato” (Jn: 13:26) y acto seguido se lo entrega a Judas Iscariote. Judas, poseído por Satanás, abandona la escena, aunque los demás discípulos no entienden por qué. El autor, sutilmente, enfatiza que ya había caído la noche (Jn:13:30): Judas abandona la casa iluminada por la Luz del Mundo para adentrarse en las tinieblas afuera de ella.

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Judas abandona la Última Cena

Una vez Judas abandona la escena, Jesús predice que Pedro lo negará tres veces y luego pronuncia un largo discurso de despedida (¡de tres capítulos!) donde promete la llegada del “Consolador”, el Espíritu Santo, el cual los guiará una vez el ya no esté con ellos. El discurso de despedida, al igual que toda la escena, termina al final del capítulo 17 con Jesús y sus discípulos desplazándose a un huerto. En este evangelio, de forma desconcertante, se ha omitido la institución de la Eucaristía.

Un destacamento de soldados encabezados por Judas Iscariote entra al huerto donde se encuentra Jesús. Este último, lejos de mostrar angustia como en los evangelios sinópticos (ver Mc. 13:32-42, Mt. 26:36-46) sale a su encuentro les anuncia que él es la persona que buscan, ante lo cual los soldados se desploman por una fuerza sobrenatural. Jesús está en completo control. Jesús es entonces llevado no ante el Sanedrín (como en los sinópticos), sino a una audiencia privada con Anás y luego con su suegro, el sumo sacerdote Caifás. Ambos lo condenan a muerte y al amanecer lo llevan ante Pilato.

Según este evangelio (y solo este evangelio) los dirigentes judíos se rehusaron a entrar en el palacio de Pilato para evitar contaminarse ritualmente y así poder comer la cena de Pascua esa noche (Jn: 18:29). Debido a eso, es Pilatos quien sale de su palacio para preguntarles porque le han llevado a Jesús (Jn: 18-29). Después de hablar con ellos, Pilatos vuelve a ingresar al palacio (Jn: 18:33) donde entabla un diálogo con tintes filosóficos con Jesús (en los sinópticos, Jesús permanece callado, ver Mc. 15:5, Mt. 27:15, Lc. 23:9). Al no encontrar culpa en él, Pilatos vuelve a salir de su palacio para conversar con los dirigentes judíos (Jn 18:38) quienes insisten en la muerte de Jesús. Pilatos intenta con más energía liberar a Jesús, pero la muchedumbre insiste. Pilatos finalmente cede y Jesús es enviado a su crucifixión.

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María y el «discípulo al que Jesús amaba» al pie de la cruz

A diferencia de la tradición sinóptica que indica que los seguidores de Jesús permanecieron a la distancia (Mc 15:40, Mt 27:55, Lc 23:49) con Jesús esencialmente muriendo abandonado, este evangelista provee un retrato completamente diferente, colocando al “discípulo al que Jesús amaba” y a nadie otra que María, la madre de Jesús, al pie de la cruz. La adición de María es particularmente sorprendente, siendo que ella no figura en ninguna de las listas de mujeres que presenciaron la crucifixión en los evangelios sinópticos. Así, solo en este evangelio, Jesús expira en compañía cercana de su madre y seguidores.

¿Cuándo fue crucificado Jesús? Juan vs. los Sinópticos 

Existe una diferencia importante y llena de simbolismo entre los sinópticos y el Evangelio de Juan, diferencia que no es evidente a primera vista y que requiere cierta elaboración para hacerla clara: el día en que Jesús fue crucificado.

Para que esta diferencia sea evidente, es necesario tomar en cuenta que los judíos tradicionalmente cuentan los días a partir del atardecer, no del amanecer. Así, por ejemplo, para los judíos el día sábado no inicia con la salida del sol el sábado, sino en el anochecer del día viernes. Es por eso que los judíos practicantes hasta el día de hoy empiezan a celebrar el Sabbat a partir del anochecer del viernes y dejan de celebrarlo en el anochecer del sábado. Teniendo eso en cuenta, comparemos ambas tradiciones respecto al día en que Jesús fue crucificado.

La tradición sinóptica es bastante clara: para Marcos, Mateo y Lucas Jesús fue crucificado el Día de Pascua, siendo que la noche anterior (que, recordemos, marca el inicio del día) él y sus discípulos habían comido el cordero pascual (Mc 14:12-16, Mt.26:17-19, Lc. 22:7-13). Dicho otramente, la Última Cena habría sido la cena con la que se marcaba el inicio del Día de Pascua donde se comía al cordero pascual. Jesús habría sido arrestado esa misma noche de Pascua, y crucificado después de salir el sol (día que, recordemos, seguiría siendo Pascua). Los evangelios sinópticos igualmente nos dicen que el día de Pascua ese año cayó un viernes, por lo que la Última Cena habría ocurrido un jueves por la noche. La cronología sinóptica, por lo tanto, se ve así:

Cronlogía Sinóptica
En azul se cuentan los días acorde a la costumbre judía, es decir, empezando con el anochecer en vez del amanecer. En púrpura se cuentan los días del modo moderno, es decir, a partir del amanecer. En la cronología sinóptica Jesús fue crucificado el Día de Pascua.

La cronología del Evangelio de Juan es igual de clara: Jesús fue crucificado el día antes de la Pascua (!) también conocido como el “Día de la Preparación”, día en el que se sacrificaba el cordero pascual para ser cocinado y comido al anochecer cuando ya sería oficialmente Pascua según la forma judía de contar los días. El evangelio nos indica eso explícitamente (Jn. 19:14) y es de hecho la razón dada por la que los dirigentes judíos se rehúsan a entrar en palacio de Pilatos (Jn.18:28). Juan y los sinópticos coinciden que Jesús fue crucificado un viernes, pero para Juan ese viernes no era Pascua, sino el Día de la Preparación. Dicho otramente, según Juan, el año en el que murió Jesús fue un año donde el día de Pascua fue un sábado y no un viernes como en la tradición sinóptica. La cronología de Juan se vería entonces así:

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Igual que en el gráfico anterior, en azul se cuentan los días acorde a la costumbre judía empezando con el anochecer en vez del amanecer. En púrpura se cuentan los días del modo moderno a partir del amanecer. En la cronología de Juan, Jesús fue crucificado el Día de la Preparación.

La discrepancia entre ambas cronologías es clara. Para los sinópticos, la Última Cena fue una cena de Pascua donde se comió el cordero pascual, Jesús fue arrestado esa noche y crucificado al día siguiente, el día de Pascua. Para Juan, en cambio, la Última Cena ocurrió la noche antes del Día de la Preparación y Jesús fue crucificado ese día, es decir, un día antes que en la cronología sinóptica. Para ver la diferencia entre ambas cronologías, comparémoslas lado a lado:

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En azul  se marca la cronología de Juan y en verde la cronología sinóptica, ambos de la forma judía. En púrpura se cuentan los días del modo moderno. Tanto Juan como los sinópticos concuerdan en que Jesús murió un viernes, pero para los sinópticos ese viernes era un Día de Pascua mientras que para Juan era el Día de la Preparación.

A través de los siglos, la tradición eclesiástica ha intentado con más o menos éxito resolver la evidente contradicción, frecuentemente apelando al uso de calendarios distintos usados por los evangelistas. Sin embargo, los exegetas modernos reconocen que esta discrepancia es probablemente irreconciliable precisamente porque detrás de ella el autor del Evangelio de Juan ha deliberadamente intentado articular un símbolo teológico. Es en este evangelio y solo en este evangelio que Jesús es llamado el “Cordero de Dios” por lo que resulta apropiado que en este evangelio Jesús muera el mismo día que se sacrifica el cordero pascual. El paralelo entre el cordero pascual y Jesús es reforzado por el propio texto, cuando se dice que los soldados Romanos no le quebraron las piernas a Jesús para que se cumpla lo que dice la escritura “no le quebrarán ningún hueso” (Jn: 19:36), frase que proviene de Éxodo 12:46, donde en su contexto original indica que no hay que romperle ningún hueso al cordero pascual al momento de comerlo. Al adelantar el día de la crucifixión (o más precisamente, al adelantar el calendario), el evangelista crea una escena impactante: Jesús, el verdadero Cordero de Dios, muere a manos de los sacerdotes judíos al mismo tiempo que ellos están sacrificando los corderos en el Templo.

La Resurrección

Al igual que en los sinópticos, José de Arimatea, un miembro del Sanedrín, pide el cuerpo de Jesús a Pilatos para sepultarlo. En este evangelio, José está acompañado de una segunda autoridad judía, Nicodemo, un personaje que solo figura en Evangelio de Juan y que ya había aparecido con anterioridad en él (Jn 3:1-21). Ambos sepultan el cuerpo de Jesús en una tumba en un jardín cerca de donde fue ejecutado.

Al amanecer del día después del Sabbat (que, como vimos, Juan dice también fue el día de Pascua), María Magdalena encuentra la tumba vacía de Jesús y le anuncia la noticia a Pedro y “al discípulo a quién Jesús amaba” quienes también van y presencian la tumba vacía. Ambos se marchan, pero María Magdalena se queda y se le aparecen dos ángeles que le anuncian que Jesús ha resucitado. Al instante, el propio Jesús se le aparece, aunque María Magdalena al principio lo confunde con el jardinero del huerto (Jn. 20:14-15)

Más tarde ese mismo día, Jesús se les aparece a todos sus discípulos, salvo a Tomás quién no se encontraba con ellos por lo que este se muestra escéptico. Jesús se aparece una segunda vez, invitando a Tomás que toque sus heridas demostrando su corporeidad. Tomás se desploma, proclamando a Jesús como su Dios y Señor.

El evangelio originalmente parecería haber terminado con este párrafo:

“Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.” (Jn. 20:31-31)

Epílogo

A pesar que el párrafo anterior probablemente era aquél que concluía el evangelio, el evangelista (o un editor posterior) decidió añadirle un epílogo donde Jesús se vuelve a aparecer a Pedro y “al discípulo al que Jesús amaba”, en las orillas del Mar de Galilea. 

El epílogo parece tener dos propósitos. El primero, el de cimentar la autoridad de Pedro como líder de la naciente Iglesia, el cual parece haber ya muerto en el momento que se incluyó el epílogo (Jn. 21:19). El segundo, es el explicar una aparente desconfirmación. En efecto, en este epílogo Jesús le dice a Pedro que, de ser su voluntad, su acompañante, “ el discípulo a quién Jesús amaba”, quedaría vivo hasta su Segunda Venida. El autor del evangelio indica que fue es el motivo por el cual “corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría.” (Jn. 21:23). Sin embargo, el evangelista clarifica que la promesa de Jesús era sólo condicional: el “discípulo a quién Jesús amaba” quedaría vivo hasta la Segunda Venida únicamente si era la voluntad de Jesús.

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Los primeros cristianos creían que el regreso de Jesús sería pronto

La realidad histórica subyacente es clara. Existía una creencia entre las primeras comunidades cristianas que Jesús regresaría pronto y que, de hecho, uno de sus discípulos, el misterioso “discípulo a quién Jesús amaba”, todavía estaría vivo para su regreso. Sin embargo, al morir este, fue necesario encontrar una explicación que resuelva la desconfirmación de sus expectativas, cosa que se añadió en este evangelio a modo de epilogo.

El evangelio concluye, esta vez sí de modo definitivo, con la siguiente frase:

Jesús hizo también muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de ellas, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo entero. (Jn. 21:25).

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Esta entrada es parte de una serie sobre la exégesis histórica de los evangelios canónicos. Las entradas que componen esta serie son:

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