Las fuentes del Jesús Histórico: ¿Pueden ayudarnos los textos apócrifos?

Antes de empezar a contestar cualquier tipo de pregunta sobre un personaje histórico como Jesús es necesario saber que fuentes históricas tenemos a nuestra disposición para reconstruir su vida y obra.

Por regla general, los historiadores buscan que las fuentes que usan cumplan, en lo posible, estos criterios:

  • Se buscan fuentes que, en lo posible, sean lo más cercanas cronológicamente a los hechos que narran (en el caso de Jesús se busca que las fuentes estén ubicadas dentro del Siglo I o máximo las primeras décadas del Siglo II, es decir, dentro de los primeros 100 años después de la muerte del Nazareno).
  • Se buscan fuentes que, en lo posible, sean independientes entre sí. Esto es obvio: si tenemos dos textos X e Y que hablan de un evento, pero resulta que Y ha copiado a X, de muy poco nos puede servir comparar y contrastar ambos documentos. En realidad, en este hipotético caso solo tenemos una fuente, X.
  • Se busca que la fuente sea, en lo humanamente posible, lo más imparcial al respecto de la materia.

En el caso de Jesús de Nazaret tenemos buenas y malas noticias. Las buenas noticias es que, a pesar de tratarse de un hombre del campo de la Galilea del Siglo I, tenemos una excelente cantidad de fuentes que podemos usar y contrastar para reconstruir su vida y la de sus primeros seguidores. Las malas noticias son que las fuentes provienen casi exclusivamente de escritos redactados por devotos de Jesús décadas o incluso siglos después de su muerte.

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En efecto nuestras fuentes son casi sin excepción evangelios y epístolas redactadas por diversos grupos cristianos dispersos en el mediterráneo («iglesias», del griego «ἐκκλησία» transliterado como «ekklēsía» que significa «asamblea») varias décadas (incluso siglos) después de la muerte de Jesús. Como es obvio, estos textos no son (ni pretenden ser) relatos imparciales de la vida de Jesús, sino que son textos polémicos, es decir, textos que buscan expresar y defender la fe de su autor a la vez que buscan atacar o desacreditar la de otros. No estamos ante las obras de un historiador «imparcial», sino ante textos que buscaban expresar y fortalecer las convicciones religiosas y místicas de estos varios pequeños grupos dispersos a través del Imperio Romano. Estos grupos a su vez se encontraban en una constante batalla ideológica contra judíos, paganos y, sobretodo, contra otros grupos cristianos que sostenían opiniones doctrinales distintas. Estas polémicas, tanto ad intra como ad extra, jugaron un papel fundamental en la composición de los documentos que relatan la vida de Jesús de Nazaret, tanto dentro como fuera del Nuevo Testamento.

Muy bien, pero, ¿cuales son estas fuentes?

Podemos dividir el tipo de fuentes que tenemos en dos grupos. Primero, tenemos las fuentes «canónicas«, es decir, los textos cristianos que forman parte del canon del Nuevo Testamento y son parte de las Biblias modernas. En segundo lugar, tenemos fuentes «apócrifas» («ocultas», del griego «ἀπόκρυφος», «apokryphos»), textos cristianos antiguos que no fueron incluidos en el Nuevo Testamento. Esta entrada se centrará en este segundo grupo.

 

Las Fuentes Apócrifas y su Utilidad

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Fragmento del «Evangelio de Judas»

La primera sorpresa con la que nos topamos es la enorme abundancia de evangelios y epístolas que entran dentro de esta categoría. En efecto, nos encontramos con una multitud de textos con nombres extraños y desconocidos como son «el Evangelio según Nicodemo», «el Evangelio según Pedro», «el Evangelio según Judas» entre otros. Todos estos textos, al igual que muchos otros, son relatos de la vida de Jesús que, a menudo, dicen haber sido escritos por testigos directos de su vida y ministerio como sus nombres indican. Al igual que encontramos abundancia de evangelios antiguos, también encontramos una sorprendente cantidad de epístolas que no fueron incluidas en el canon del Nuevo Testamento. El lector se sorprenderá en saber que existe una Tercera Carta de Pablo a los Corintiosuna carta de Pablo a los Laodiceanos, e incluso una carta que dice haber sido escrita por el mismísimo Jesús de Nazaret dirigida al rey Abgaro V de Edesa. En efecto, estamos hablando de decenas y decenas de textos redactados por antiguos cristianos que no están incluidos en las Biblias de hoy.

La segunda sorpresa con la que nos topamos es las enormes discordancias que existen entre estos textos. En efecto, estos documentos exhiben una enorme diversidad de perspectivas teológicas incompatibles y, consecuentemente, retratos contradictorios de Jesús de Nazaret. Algunos documentos retratan a Jesús como un simple mortal elegido por Dios para su misión (ej.: el «Evangelio de los Ebionitas«) mientras que en otros textos Jesús es tan divino que no tenía un cuerpo físico (ej.: los «Hechos de Juan«). Algunos documentos presentan a un Jesús inmerso en el judaísmo y fiel a sus tradiciones (ej.: «Evangelio de los Nazarenos«) mientras que otros lo pintan radicalmente opuesto a estas tradiciones, incluso llegando a decir que Jesús provino de un dios distinto al que aparece en el Antiguo Testamento (e.j: «Evangelio Apócrifo de Juan«). En efecto, los textos no se ponen de acuerdo ni siquiera en cuantos dioses Jesús decía que existían habiendo textos que expresan ideas monoteístas, dualistas o politeístas (como es el caso de los textos redactados por grupos de cristianos gnósticos).

Ahora bien, pese a su discordancia, ¿son estos textos fuentes que podamos usar en la búsqueda del Jesús Histórico? Lamentablemente la respuesta aquí es un claro e indiscutible «no«. En efecto, a pesar de la existencia de esta sobreabundancia de material, lo cierto es que prácticamente todo es absolutamente inútil para ese propósito. Esto es así porque existe un consenso académico de que todos estos documentos fueron:

  1. Redactados en el siglo II, III o incluso IV, es decir, más de cien años después de los eventos que narran e incluso de la muerte de sus supuestos autores;
  2. No son textos independientes, sino que usaron previos evangelios, epístolas, crónicas y otros documentos anteriores como fuentes de inspiración y;
  3. La mayoría de ellos son históricamente inverosímiles (¿quien puede realmente creer que Jesús le escribió una carta al rey de Edesa?).

En efecto, a pesar que muchos de estos textos digan haber sido escritos por cristianos de la primera generación (o incluso el propio Jesús), no cabe duda alguna de que esta atribución es falsa y a menudo simplemente una mentira piadosa de los propios autores cristianos, los cual falsificaron estos documentos en un intento de defender aquellas perspectivas que ellos, mediante su fe, «sabían» eran verdad.

Esto es un punto que vale la pena repetirlo: a pesar de la abundancia de material «apócrifo», ESTE MATERIAL ES COMPLETAMENTE INÚTIL EN LA BUSQUEDA DEL JESÚS HISTÓRICO. La razón por la cual enfatizo este punto (incluso con groseras mayúsculas) es porque existe una popular corriente pseudo-intelectual (a menudo asociada con modernas supersticiones esotéricas) que alegan que el «verdadero Jesús» se encuentra en estas composiciones extra-canónicas. Estas creencias, que lamentablemente pululan las redes sociales y librerías populares, a menudo se entremezclan con teorías conspirativas «a la Dan Brown» sin ningún tipo de sustento académico y demostrando total ignorancia sobre el cristianismo primitivo y su evolución.

 

El caso del «Evangelio de Tomás»

Ahora bien, existe una notable excepción a este consenso académico, y ese es el «Evangelio de Tomás«. Este texto apócrifo no contiene una estructura narrativa como la de los evangelios canónicos, sino que está compuesta por 114 dichos cortos. Estos dichos, nos dice el evangelio en su primera línea, son los que «pronunció Jesús el Viviente y que Dídimo Judas Tomás consignó por escrito«. Así, este texto, al igual que la mayoría de los textos apócrifos, dice haber sido escrito por un cristiano de la primera generación, en este caso por Tomás, uno de los discípulos de Jesús.

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Fragmento del «Evangelio de Tomás»

Este texto destaca de entre los demás evangelios apócrifos en que existe un grupo minoritario, pero importante, de académicos respetados que sostienen que este documento puede ser empleado en la reconstrucción del Jesús Histórico (notablemente por Marcus Borg, John Dominic Crossan y los miembros del «Jesus Seminar»).

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John Dominic Crossan

Hay que dejar en claro que ninguno de estos académicos cree que este documento haya de verdad sido redactado por Tomás, el discípulo de Jesús. En efecto, el consenso en la materia es que el texto fue redactado alrededor del año 150 A.D (aunque algunos proponen fechas anteriores como 110 A.D) por un autor desconocido, pero con claras tendencias gnósticas. Lo que esta minoría académica sostiene es algo distinto: sostienen que este texto fue redactado independientemente de los evangelios canónicos. En otras palabras, lo que estos autores sostienen es que, a pesar de las similitudes entre Tomás y los canónicos, quien sea que haya redactado el evangelio lo hizo sin emplearlos como fuentes, sino que empleó fuentes propias (hayan sido orales o escritas) sobre la vida de Jesús. De ser esto verdad, se podría usar este evangelio para compararlo y contrastarlo con las demás fuentes a nuestra disposición, lo que nos permitiría corroborar (o poner en duda) lo que esas otras fuentes nos dicen. En efecto, si lo que estos académicos nos indican es correcto, tendríamos a nuestra disposición un documento escrito, (i) relativamente cerca de los eventos que narran (110 – 150 AD, es decir, más o menos dentro de los 100 primeros años después de la muerte de Jesús) y; (ii) independiente de otras fuentes.

Sin embargo, hay una razón por la cual esta opinión es minoritaria. Un cuidadoso análisis  de los dichos plasmados en el evangelio de Tomás parece indicar que el autor del evangelio usó a los evangelios de Mateo y Lucas como fuentes. En otras palabras, el evangelista no parece haber usado fuentes propias, sino que copió, amalgamó y editó dos evangelios preexistentes a los cuales tenemos acceso. Los argumentos que indica esta relación de dependencia entre Tomás y los evangelios canónicos son extensos y bastante técnicos por lo que son materia para una o varias entradas futuras. Por el momento, solo redirigiré al lector al capítulo 38 del quinto volumen de la obra de John P. Meier «Un Judío Marginal» donde se expone de modo cuidadoso mucha de la evidencia que apunta a esta relación de dependencia.

El «Evangelio de Tomás» es un documento fascinante al cual sin lugar a duda he de regresar a futuro, pero lamentablemente no parece sernos útil en la búsqueda del Jesús Histórico.

 

¿Cual es la Verdadera Relevancia de los Apócrifos?

A pesar de la impresionante abundancia de documentos apócrifos escritos en la antigüedad, la decepcionante conclusión es que ninguno de ellos (salvo con la improbable excepción del «Evangelio de Tomás«) es útil para reconstruir los eventos que constituyeron la vida y obra de Jesús de Nazaret y sus primeros seguidores.

Sin embargo, si bien es verdad que los apócrifos resultan inútiles para la reconstrucción del Jesús Histórico, lo cierto es que son tremendamente útiles para entender la naturaleza y evolución del cristianismo primitivo. En efecto, el estudio de estos textos nos abre la puerta para entender cuales eran las ideas, tensiones ideológicas, e interpretaciones que marcaron los primeros siglos del cristianismo. Gracias a estos textos, podemos conocer de las ideas y teologías que al final del día «perdieron» la batalla ideológica.

En especial, hay cuatro conclusiones de tremenda importancia que emergen del estudio de esta abundancia de material, conclusiones que si tienen una incidencia directa en el estudio del Jesús Histórico y el Nuevo Testamento:

  1. El cristianismo primitivo no era un movimiento monolítico, sino que estaba compuesto por varios grupos con creencias discordantes entre sí y en constante tensión ideológica.
  2. Estos grupos redactaron textos sobre la vida de Jesús reflejando sus perspectivas. Estos textos simultáneamente tenían la función de reafirmar las creencias de su grupo, así como las de atacar a las de sus rivales, además de ayudar a resolver problemas presentes dentro de su comunidad.
  3. Estos textos a menudo eran redactados empleando documentos y fuentes anteriores, las cuales eran editadas y modificadas para ajustarlas a las necesidades y teología del grupo en cuestión.
  4. Estos grupos atribuyeron muchos de estos textos a la autoría de cristianos de primera generación (Jesús y sus discípulos) a pesar de que no hay duda de que han sido redactados posteriormente.

Ahora bien, ¿cual es la relevancia de estas conclusiones? ¿Por qué tienen incidencia en la búsqueda del Jesús Histórico y el estudio del Nuevo Testamento? Estas conclusiones son relevantes porque todos y cada uno de los cuatro puntos mencionados anteriormente son aplicables a nuestras fuentes canónicas, es decir, al Nuevo Testamento.

En efecto, como se verá en muchísima más profundidad a futuro, no hay nada «mágico» que separe a los textos que componen al Nuevo Testamento de los demás textos producidos por cristianos en la antigüedad. Los textos del Nuevo Testamento, incluyendo los cuatro evangelios canónicos, también son:

  1. Textos producidos por diferentes grupos cristianos con teologías discordantes,
  2. A menudo usando y modificando documentos anteriores y;
  3. Que han sido erradamente atribuidos a cristianos de primera generación, (aunque con una notable excepción: nueve de las catorce Epístolas de Pablo son probablemente auténticas).

Sin embargo, existe algo que si distingue a los textos del Nuevo Testamento de los apócrifos respecto a su utilidad en la búsqueda del Jesús Histórico: son documentos mucho más antiguos, redactados redactados en el Siglo I o a principios del Siglo II y donde se puede detectar el uso de fuentes independientes (ej.: el autor de Marcos no conocía de las Epístolas de Pablo, etc.), convirtiéndolos en excelentes fuentes para la reconstrucción del Jesús Histórico.

Todas estas  aserciones son algo que evidentemente exploraré y argumentaré a detalle en varias entradas futuras. Sin embargo, antes de entrar en el complejo mundo de las fuentes canónicas creo conveniente primero zanjar el tema menos extenso de las fuentes no-cristianas sobre Jesús, tema al cual le dedicaré mi siguiente entrada.

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Bellinzoni, Arthur J. The New Testament: An Introduction to Biblical Scholarship. Eugene: Wipf And Stock Pub, 2016.
  • Brown, Raymond E., and Marion L. Soards. Introduction to the New Testament. New Haven: Yale University Press, 2016.
  • Crossan, John Dominic. The Historical Jesus. New York: HarperCollins Publishers, 1992.
  • Ehrman, Bart D. Lost Christianities: the Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew. Oxford: Oxford Univ. Press, 2005.
  • Ehrman, Bart D.  Lost Scriptures: Books That Did Not Make It into the New Testament. Oxford: Oxford Univ. Press, 2007.
  • Ehrman, Bart D. The New Testament: A Historical Introduction to the Early Christian Writings. New York: Oxford University Press, 2016.
  • Meier, John P. A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus. The Roots of the Problem and the Person. Vol. I. New York: Doubleday, 1991.
  • Sáenz Antonio Piñero. Cristianismos Derrotados: ¿Cuál Fue El Pensamiento De Los Primeros Cristianos heréticos y Heterodoxos? Madrid: Edaf, 2014.

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Esta entrada forma parte de una serie sobre las fuentes disponibles para reconstruir el Jesús Histórico. Las entradas en esta serie son:

 

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4 comentarios en “Las fuentes del Jesús Histórico: ¿Pueden ayudarnos los textos apócrifos?

  1. Gracias al descubrimiento de los llamados «rollos del Mar Muerto, o rollos del Qunram» en los años 40-50 del pasado siglo, hoy se conoce extensamente sobre la secta judía de los esenios, de la cual teníamos casi tan escasa información como la que se tuvo sobre el cristianismo en sus primeros 100-150 años, aunque la secta esencia era popular y perduró por más de 2 siglos.
    Por tanto no tiene nada de extraordinario que sobre Jesús y sus seguidores se halle tan poca información en fuentes seculares en los 2 primeros siglos de existencia.

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