El budismo es una de las religiones más antiguas y más practicadas de todo el planeta. Hoy en día se estima que más de 535 millones de personas se adhieren a esta fe, principalmente en países asiáticos como Tailandia, China y Japón, aunque cada vez es más común notar su presencia en países occidentales. El budismo es una religión con una historia y doctrina extremadamente compleja, compuesta de varias escuelas y filosofías que pueden resultar sumamente confusas, especialmente para quienes nos hemos criado en occidente. Este artículo pretende ser una breve introducción a esta compleja tradición religiosa y el primero en una serie dedicada a explorarla.

Esta introducción presentará un bosquejo general de la cosmovisión budista, especialmente sus ideas sobre como funciona el cosmos, que seres habitan en él, el rol que juegan las divinidades y en que consiste la el problema fundamental de la existencia humana. Especial énfasis haré en como muchos de los elementos de esta cosmovisión no son únicos al budismo, sino que tienen continuidad con gran número de religiones que tuvieron su origen en la India, lugar donde el budismo emergió alrededor del siglo V o IV a.C. En efecto, la mayoría de los conceptos fundamentales del budismo no fueron formulados ni por el Buda ni por sus seguidores, sino que son conceptos que ellos absorbieron de su entorno religioso-cultural, dándolos por sentados en el momento de desarrollar sus propias doctrinas. Es por eso que muchos de los conceptos que explicaré en este artículo pueden hallarse también en la mayoría de las vertientes del hinduismo, en el jainismo y en cierta medida en el sijismo, todas religiones que también tuvieron su génesis en el subcontinente indio.
Los orígenes del cosmos
Uno de los rasgos distintivos de las cosmologías indias es que ellas presumen que el universo es cíclico y probablemente eterno. Para las religiones indias como el budismo, el universo no tiene un origen absoluto sino que continuamente pasa por un ciclo de creación, existencia, y destrucción sin un inicio discernible. En efecto, los textos budistas afirman que el universo pasa una y otra vez por estas cuatro etapas:
- Una etapa donde el universo emerge,
- Una etapa donde el universo existe,
- Una etapa donde el universo se desintegra,
- Una etapa donde el universo no existe,
La duración de cada una de estas etapas es enorme. La unidad de tiempo empleada en los textos budistas para medir el paso del tiempo a escala cósmica es el “kalpa”, unidad de tiempo que equivale aproximadamente a 17 millones de años (16,798,000 años). Ahora bien, cada uno de los cuatro periodos arriba mencionados duran aproximadamente 20.000 kalpas, por lo que la duración de un ciclo completo de creación y destrucción del universo (denominado un “gran kalpa” o “maha-kalpa”) es de aproximadamente 1.344 billones de años (1.343,840,000,000 años). La enorme duración de un gran kalpa desafía la comprensión. Para ilustrar esta enormidad de tiempo, el Buda ofrece esta sorprendente analogía:
Supón, monje, que (al principio de un gran kalpa) hay una gran montaña de catorce kilómetros de largo, catorce de ancho, y catorce de alto, sin agujeros o grietas, una sólida masa de roca. Cada cien años una persona la frota una única vez con un pedazo de fina tela. Esa gran montaña gracias a ese esfuerzo en algún momento se desgastará y será eliminada, pero aún así el gran kalpa no habría terminado aún. Así de largo es un gran kalpa, monje. (Saṃyutta Nikāya, en In the Buddha’s Words: An Anthology of Discourses from the Pali Canon pp. 36)
Ahora bien, ¿cuántos ciclos de creación y destrucción han transcurrido ya? ¿Cuántos gran kalpas ya han pasado? Es imposible calcularlo. El Buda ofrece una vez más una impactante analogía:
Imagina, brahmín, los granos de arena que existen entre el punto donde el río Ganges nace y el punto donde entra en el gran océano: no es fácil contarlos. Digamos que hay tantos granos de arena, o tantos cientos de granos de arena, o tantos miles granos de arena, o tantos cientos de miles de granos de arena. Brahmín, el número de gran kalpas que ya han transcurrido sería más grande aún que ese número. No es fácil contarlos. (Saṃyutta Nikāya, en In the Buddha’s Words: An Anthology of Discourses from the Pali Canon pp. 37)
En definitiva, el budismo parte del supuesto que el universo es increíblemente antiguo, sin origen discernible y probablemente eterno. Es precisamente por la eternidad del universo que el budismo no tiene la necesidad de postular la existencia de un Dios trascendental responsable de la creación original del cosmos. Para los budistas, el universo simplemente siempre ha existido. Nadie lo ha creado. El universo existe como una entidad autosuficiente gobernada por sus propias leyes que se encuentra en un eterno ciclo de creación y destrucción que se remonta infinitamente hacia el pasado y que se extenderá infinitamente hacia el futuro. La falta de creencia en un Dios transcendental creador, sin embargo, no significa que el budismo niegue completamente la existencia de seres celestiales (cosa que exploraremos más abajo), más bien, lo que el budismo niega es que la existencia del universo sea el resultado de la acción de uno (o más) de estos seres.
Ahora bien, la presuposición básica hecha por el budismo de que el universo es esencialmente eterno es uno de los componentes fundamentales de su visión sobre cual es problema fundamental de la existencia humana, el cual paso a explorar a continuación.
Saṃsāra: El problema de la existencia
La clave para entender cómo las religiones indias, incluyendo al budismo, conciben el problema fundamental de la existencia es entender que ellas no solo asumen que el universo existe eternamente, sino que nosotros, los habitantes del universo, también hemos existido por un tiempo infinito. Como es bien conocido, el budismo y las religiones indias en general creen en la doctrina de la reencarnación, aunque los budistas (por motivos técnicos que cubriré en otro artículo) prefieren referirse a ella como la doctrina del “renacimiento”. Según esta doctrina, la mente de los seres vivos no se extingue con la muerte de su cuerpo, sino que vuelve a nacer en otro cuerpo. Así, para las religiones indias la existencia de cada uno de los seres conscientes también es eterna, existiendo en un ciclo permanente de nacimiento, vida, muerte y renacimiento. A este ciclo eterno se le da el nombre de “saṃsāra”, palabra en sánscrito que literalmente significa “vagar”, pues según esta perspectiva los seres conscientes estaríamos eternamente “vagando” por del cosmos a través de diferentes cuerpos por toda la eternidad.
La doctrina del renacimiento, tanto para el budismo como para las religiones indias en general, es conceptualmente inseparable de la doctrina del karma, doctrina que afirma que el lugar y la forma en la que uno renace depende del balance total de buenas y malas acciones que uno ha acumulado a través de varias vidas. Así, las acciones virtuosas que realizamos generan “buen” karma mientras que las malas generan “mal” karma. Según el budismo, dependiendo del balance final de nuestro karma al fallecer renaceremos como uno de los siguientes seres:
- Un deva, es decir un ser celestial o un “dios” en uno de los cielos más altos que existen en nuestro mundo.
- Un asura, una deidad menor. Los asuras viven en los cielos más bajos y viven en un conflicto eterno con los devas, a quiénes les tienen envidia.
- Un ser humano,
- Un animal,
- Un fantasma. Los fantasmas en el budismo son llamados “pretas” y son seres miserables que sufren de hambre y sed insaciables, con bocas diminutas y grandes vientres. Estos seres viven en un reino intermediario entre la tierra y los infiernos, aunque pueden manifestarse en nuestro mundo.
- Un ser infernal. Los seres con el peor karma de todos renacen en los narakas, infiernos subterráneos donde son torturados por fuego y hielo como castigo por sus crímenes.
La jerarquía entre estos destinos es evidente. El mejor lugar en el que uno puede aspirar a renacer es en uno de los altos cielos como un deva mientras que el peor lugar en el que uno puede encontrarse después morir es en un naraka. Estos destinos también tienen “grados” jerárquicos propios. Así, los budistas sostienen que existen varios cielos, uno encima del otro, donde habitan devas de mayor jerarquía entre más alto se suba. Del mismo modo, no todos los narakas son iguales, sino que existen infiernos más profundos y más dolorosos que otros, de tal modo que los seres con peor karma van a peores infiernos.
Así, aunque puede haber ciertas variaciones entre diferentes escuelas budistas, el “mapa” de nuestro cosmos según esta religión se vería más o menos así:

Este universo completo que incorpora tanto a los cielos e infiernos se denomina cakkavāḷa, un “mundo-sistema” (“world-system”). Ahora bien, a pesar que los textos budistas más antiguos se enfocan únicamente en un “mundo-sistema” (el nuestro), los textos generados por escuelas budistas posteriores empiezan a hablar de la existencia de una infinidad de otros mundos paralelos, los cuales existirían más allá de las fronteras de nuestro universo y que contendrían sus propios habitantes, dioses, cielos e infiernos. Al ser este un artículo puramente introductorio reservaré una discusión más detallada sobre los cielos, infiernos y mundos paralelos del budismo para un artículo dedicado exclusivamente a la cosmología budista. Aquí, sin embargo, si es necesario hacer una serie de precisiones para evitar confusión, pues el lector puede estar tentado a asemejar la visión budista del cielo e infierno con la forma que popularmente los cristianos, judíos y musulmanes también los ven. En efecto, todas estas tradiciones sostienen que las personas virtuosas después de su muerte van a “allá arriba” para ser recompensados mientras que los impíos son enviados a “allá abajo” para ser castigados. La “Divina Comedia” de Dante, la cual describe al infierno como una serie de círculos subterráneos llenos de fuego y hielo, a primera vista parecería describirlo de un modo muy similar a la forma a la que se lo imaginó el Buda. Sin embargo, es importante enfatizar que existen diferencias fundamentales que separan a la visión budista de la del cristianismo, judaísmo, e islam popular:
1. En primer lugar, en el budismo la estadía en el cielo o el infierno no es eterna. A pesar que la duración de las vidas de los seres que renacen en esos lugares son extremadamente largas (durando varios miles o incluso millones de años dependiendo del cielo o infierno en el que uno renazca), tarde o temprano tanto los devas al igual que los asuras, pretas y seres infernales fallecen y vuelven a renacer en otro lugar, superior o inferior dependiendo de su nuevo balance kármico. No importa que tan virtuosas sean nuestras acciones o que tan terribles sean nuestros crímenes, para los budistas sus consecuencias no son eternas. Además, yendo más allá, los propios cielos e infiernos tampoco son eternos, pues al ser parte del universo estos también están sujetos al ciclo de creación y destrucción cósmica que describí en la sección anterior. Para el budismo, nada en el universo dura para siempre.
2. En segundo lugar, mientras que en el cristianismo, judaísmo e islam el ir al cielo o al infierno es un castigo o recompensa conscientemente dado por Dios, la ley del karma para los budistas opera de forma esencialmente mecánica. En efecto, a pesar de que en la mitología budista tradicionalmente existe un deva llamado Yama que se encarga de enviar a los seres que fallecen a su destino apropiado, los budistas por lo general no ven a la ley del karma como el resultado de un “juicio divino” conducido por conscientemente por una deidad, sino como el resultado de una ley natural que opera por causa-efecto de modo mecánico, sin intervención divina, semejante a la gravedad. Esta forma mecanística e impersonal de entender al karma es común entre las religiones indias. Por ejemplo, en el jainismo (otra religión india que se originó alrededor de la época del Buda) el karma es entendido literalmente como un “polvo” que de adhiere al alma cada vez que se realiza una mala acción, haciéndola «más pesada» de tal modo que al morir ésta literalmente se “hunde” hacia los infiernos.
3. Finalmente, y esta es sin duda la divergencia más fundamental entre el budismo y las religiones abrahámicas, no existe un “Dios supremo” que esté por encima de las leyes del karma. En efecto, no solo que en el budismo no existe un dios que haya creado todo “en el principio” (pues, como vimos, ellos asumen que el universo simplemente es eterno), sino que no importa que tan alta y poderosa sea una deidad esta igualmente tarde o temprano fallecerá y renacerá como otro ser, incluso si la duración de su vida dura millones de años. Las leyes que rigen al universo, incluyendo a la ley del karma, son anteriores a los dioses, por lo que ellos también están sujetos a ellas. En efecto, a pesar que el budismo tradicionalmente admite que se puede rendir culto y pedir ayuda a los dioses, estos no poseen poder absoluto y ellos mismos son incapaces de escapar del ciclo de saṃsāra al que están sujetos todos los seres. Los dioses de turno están allá arriba hoy, pero nada garantiza que su karma en el futuro no se deteriore y algún día renazcan como humanos, animales, o incluso como seres infernales sujetos al sufrimiento de los narakas. Vale la pena aquí apuntar que esta perspectiva radical no es compartida por todas las religiones indias y es de hecho una de las características que diferencia al budismo de otros cultos nacidos en esa región. En efecto, la mayoría de cultos hindúes sostienen que existen ciertos seres celestiales especiales como Shiva o Vishnu que no están sujetos al karma y al ciclo de renacimiento. No así en el budismo. Para el Buda y sus seguidores, ningún ser por más alto y poderoso que sea mantendrá su posición por toda la eternidad.

La visión budista del universo puede, por lo tanto, ser resumida de este modo: para el Buda y sus seguidores el universo es eterno, sin un principio o final discernible. Los habitantes del universo igualmente han existido de forma eterna, aunque atrapados en el ciclo de saṃsāra cambiando de cuerpo y morada según la inescapable ley del karma. Sin pausa alguna, el karma asigna y re-asigna los roles de los habitantes del universo de tal modo que quién hoy en día es un dios puede algún día despertar como un animal y viceversa. En un universo eterno habitado por seres también eternos, toda combinación de destinos y roles puede materializarse, incluso si ello demora trillones de trillones de años en suceder. El mito indio de “Indra y las Hormigas”, hallado en el capítulo 47 del texto hindú “Brahma-Vaivarta Purana, Krishna-Janma Khanda”, captura esto de modo vívido (la versión que presento aquí es resumida):
Indra y las Hormigas
Cuando el universo era joven, Indra, el rey de los devas, salvó al mundo derrotando al terrible dragón Vritra, el cual había engullido a las aguas primordiales. Lleno de orgullo por su logro, Indra decidió que merecía un gran palacio, por lo que pidió a su arquitecto que construyera uno amplio y glorioso. Sin embargo, una vez terminado su trabajo, Indra no estuvo satisfecho: para Indra, el tamaño de su hazaña le merecía un palacio aún más grande. Así, Indra pidió a su arquitecto que amplíe su palacio. Sin embargo, terminada la ampliación, por segunda vez Indra no estuvo satisfecho, pues otra vez le pareció que su palacio era demasiado estrecho comparado con su divina majestad y pidió nuevamente a su arquitecto lo hiciera más grande. Varias veces más Indra pidió lo mismo hasta que el agotado arquitecto por fin comprendió que Indra simplemente nunca estaría satisfecho. Lleno de angustia, el arquitecto le contó su problema a Brahma, una deidad más sabia que Indra, el cual le aseguró que al día siguiente él lo resolvería.
Así, Brahma se disfrazó de niño y se acercó al palacio de Indra, donde fue invitado a entrar. Lleno de orgullo, Indra le preguntó al niño qué opinión le merecía su gran palacio, ante lo cual éste contestó:
– “Oh Indra, este palacio ciertamente es maravilloso, es sin duda uno de los palacios más hermosos que ha construido un Indra.”Indra quedó atónito. ¿No sabía este niño que solo hay un Indra y que este palacio era único? Molesto, Indra le pidió que se explicase.
– “Indra, ¿has olvidado que antes de que naciera este universo hubieron incontables otros antes? ¿Ignoras acaso que cada vez que el mundo vuelve a emerger nace un Indra para liderar a los dioses? ¿Te olvidas que cuando el mundo vuelve a disolverse su Indra también muere?En ese momento, el niño se rió y señaló con el dedo a una larguísima fila de hormigas que marchaba por el suelo del palacio y dijo:
– Indra, te contaré un secreto, cada una de esas hormigas que ves marchando ahí alguna vez fue un Indra. Todos ellas en su tiempo también derrotaron al gran dragón Vritra y salvaron al mundo. Muchas de ellas, como tú, también decidieron construirse grandes palacios, algunos tan bellos como este. Pero Indra, no olvides que la ley del karma es inescapable: por el peso de sus acciones a través de varias vidas, quienes fueron algún día reyes de los dioses marchan hoy como insignificantes hormigas. Te aseguro que algún día tú también marcharás como ellas.
Indra no volvió a llamar a su arquitecto.
Después de leer este mito, el lector probablemente puede ya intuir porqué para las religiones indias el ciclo del saṃsāra no es visto como algo positivo. Al contrario, para estas religiones la rueda eterna de nacimiento, vida, muerte y renacimiento es precisamente el problema fundamental de la existencia. La idea de vidas infinitas, lejos de ser un consuelo, es en realidad un auténtico horror existencial. Una cantidad infinita de vidas significa que todo logro o mérito que podamos realizar (incluso derrotar al gran dragón Vritra) es reducido a la insignificancia comparada con la eternidad. Peor aún, con vidas infinitas vienen sufrimientos infinitos. Tendremos que ver morir a nuestros padres y amigos, enfermarnos, experimentar dolor, envejecer y morir una cantidad infinita de veces. El Buda ilustra la infinidad de sufrimientos en este ciclo usando imágenes impactantes:
¿Qué creen ustedes, monjes, que es más abundante: las lágrimas que han derramado mientras han renacido y vagado por este largo, largo tiempo, llorando por unirse con lo que es desagradable o separarse de lo que es agradable, o las aguas de los cuatro grandes océanos? Esto es más grande: las lágrimas que derramaron (…). Varias veces han experimentado la muerte de una madre. Las lágrimas que derramaron al experimentar la muerte de una madre (…) son más abundantes que el agua de los cuatro océanos. Varias veces han experimentado la muerte de un padre, de un hermano, de una hermana, de un hijo, de una hija, de un pariente, la pérdida de fortuna, la pérdida por la enfermedad. Las lágrimas que han derramado (…) son más abundantes que el agua de los cuatro océanos.
¿Qué creen, monjes, que es más abundante: la sangre que derramaron cuando les cortaron la cabeza mientras han renacido y vagado durante este largo, largo tiempo, o el agua de los cuatro océanos? (…) Esto es más abundante: la sangre que derramaron cuando les cortaron la cabeza (…). La sangre que han derramado cuando les cortaron la cabeza siendo vacas es más abundante que el agua de los cuatro océanos. La sangre que derramaron cuando les cortaron la cabeza siendo búfalos (…), corderos (…), chivos (…), ciervos (…), gallinas (…), cerdos (…), ha sido desde hace ya mucho tiempo más abundante que el agua de los cuatro océanos. La sangre que han derramado cuando les cortaron la cabeza cuando los ejecutaron por ser ladrones (…), asaltantes (…), adúlteros (…), desde hace mucho es más abundante que el agua de los cuatro océanos.
¿Por qué es esto? Desde un principio inconcebible empieza el renacimiento. Un punto de inicio no es evidente. Desde hace mucho los seres obstaculizados por la ignorancia y encadenados por los deseos han renacido y vagado. Durante mucho tiempo han experimentado estrés, dolor, pérdida, y han atestado los cementerios, lo suficiente para desilusionarse de toda ilusión, desprenderse, y buscar liberación. (SN 15:3, Assu Sutta)
La liberación del nirvāṇa
El problema esencial de la existencia para las religiones indias como el budismo, por lo tanto, es como escapar de la rueda de saṃsāra: cómo ponerle freno al infinito sufrimiento que causa el eterno ciclo de muerte y renacimiento. La palabra en sánscrito comúnmente usada por las religiones indias para referirse a este escape definitivo es moksha, “liberación”.
Una vez más existen ciertos patrones comunes entre las religiones indias sobre cómo alcanzar este objetivo. Frecuentemente, las religiones indias insisten que aquello que nos mantiene clavado a la rueda del saṃsāra es la ignorancia de la naturaleza verdadera de las cosas y en particular de nuestra propia esencia. Según esta perspectiva, nuestras percepciones están opacadas por un “velo de la ilusión”, al cual se le denomina “maya”. El maya tuerce nuestra perspectiva, haciéndonos ver el mundo y a nuestra propia esencia de una forma incorrecta. Nos lleva a una actividad y búsqueda insaciable, fútil, generando incesantemente karma que nos ata a la rueda de la reencarnación. Sin embargo, a través de rigurosos ejercicios espirituales y la adhesión a preceptos éticos y rituales, los seres conscientes son capaces de “despertarse” de esta ilusión y ver al mundo y a sí mismos como realmente son. Al ver la realidad, la sujeción al saṃsāra cesa definitivamente y la liberación absoluta es alcanzada.
Diferentes religiones indias tienen diferentes formas de definir qué es el maya y como despertarse de él. Para el budismo en concreto, la ilusión del maya consiste en creer que los entes del mundo y en particular nosotros mismos somos entes independientes y autónomos. Cuando vemos, por ejemplo, una mesa, nuestra mente la construye como un objeto independiente, que goza de sustancia propia y cuya existencia no depende de nada más. Lo mismo pensamos de nosotros mismos. En el día a día asumimos que existe un “yo” substancial que opera de forma autónoma en el mundo. «Yo» hago esto y «yo» hago aquello. «Yo» soy el mismo ente que fui ayer y el que seré mañana. Sin embargo, para los budistas, este sentido común cotidiano es precisamente la realidad ilusoria del maya. En realidad el mundo no está compuesto por entes autónomos, sino que es un flujo constante de fenómenos transitorios y dependientes sin que ningún ente realmente tenga sustancia propia o exista por sí mismo. Esto aplica también a nosotros. El budismo propone una teoría radical: que el “yo” en realidad no existe, sino que es una ilusión que emerge por la interacción de diferentes fenómenos transitorios y dependientes. El budismo, por lo tanto, explícitamente rechaza la existencia de cualquier cosa que se parezca al “alma” o el “ego”, articulando la doctrina del “anātman”, literalmente la doctrina del “no-yo” o “no-alma” (la palabra “ātman” en sánscrito hace referencia al “yo” o al “alma”).
La compleja doctrina del anātman será objeto de su propio artículo. Basta aquí entender que para los budistas, quienes llegan a poder ver la realidad de la inexistencia del “yo” así como la transitoriedad e insubstancialidad de todos los fenómenos “despiertan” y alcanzan el moksha, al cual ellos llaman “nirvāṇa”, palabra que literalmente significa “extinción”. Este despertar hacia la verdadera naturaleza de las cosas trae consigo el cese de todo sufrimiento. En efecto, el Buda identificó la raíz de todo sufrimiento en nuestras ansias de satisfacer al ego. Día a día vivimos nuestras vidas constantemente buscando nuevas posesiones, nuevas experiencias y nuevos placeres, a la vez que nos preocupamos por evitar incomodidades, el dolor, y la pérdida. Sin embargo, satisfacer el ego es imposible. Apenas conseguimos lo que queremos nos damos cuenta que el placer que nos causa es solo transitorio, rápidamente aburriéndonos y generando un nuevo deseo cuya satisfacción nuevamente consumirá nuestras energías. El Buda concluyó que es simplemente imposible satisfacer el ego: no hay nada en el universo que podamos adquirir que finalmente nos haga eternamente felices. La única salida de este círculo vicioso es extinguir la verdadera causa del sufrimiento: la incesante catarata de deseos generada por el «yo». Así, al volvernos conscientes de nuestra verdadera naturaleza insubstancial, la ausencia de un «yo» real, todo deseo y ansia cesa, trayendo un estado de paz y alegría mental que es independiente de todo factor externo.
Para llegar a este estado de comprensión y paz absoluta es necesario extinguir de uno mismo todo odio, ignorancia y codicia. Para destruir a estas tres condiciones, es necesario llegar a un estado de perfecta ecuanimidad interior mediante la extinción de cualquier ansia, deseo o aversión, adherirse estrictamente a un código de ética basada en la compasión, y practicar rigurosos ejercicios meditativos que le hacen ver a uno la inexistencia del ego y la insubstancialidad de todos los fenómenos. En concreto, el Buda enseñó que para despertarse es necesario seguir lo que él llamó como el “Noble Camino Óctuple”, concretamente:
- Entendimiento correcto,
- Pensamiento correcto,
- Habla correcta,
- Acción correcta,
- Modo de vida correcto,
- Esfuerzo correcto,
- Atención correcta,
- Meditación correcta,
Una explicación sobre qué concretamente consiste seguir el “Noble Camino Óctuple” será ofrecida en un artículo posterior de esta serie. Basta aquí con entender que los budistas creen que aquellos que siguen las prácticas éticas, meditativas, y doctrinales que constituyen el Noble Camino Óctuple llegarán a extinguir de dentro de sí todo odio, ignorancia y codicia y alcanzarán el nirvāṇa: se despertarán y volverán conscientes de la inexistencia del ego y la insubstancialidad de todos los fenómenos. Habiendo “despertado”, ya no volverán a renacer, sino que habrán escapado definitivamente del reino de saṃsāra.

¿Qué es un buda?
Habiendo entendido a grandes rasgos el concepto del nirvāṇa, estamos ahora ya en posición para entender que es un buda. Dicho de forma simple, un “buda” simplemente es un ser que por esfuerzos propios (ejercidos durante varias vidas) ha logrado “despertar” y alcanzar el nirvāṇa por sí mismo para luego ayudar a otros a lograrlo también. La palabra “buda” literalmente solo significa eso: alguien despierto.

Según los budistas, la aparición de un buda es un fenómeno extremadamente raro, algo que ocurre solo unas pocas veces en cada ciclo de un universo. El buda más reciente que ha aparecido en nuestro universo habría sido Siddhārtha Gautama, el fundador de la religión budista, quién vivió y enseñó en India alrededor del siglo V o IV a.C. Es él a quién comúnmente se le llama simplemente como “el Buda”. Pero para los budistas Siddhārtha no es ni el primero ni el último de los budas. En efecto, a pesar de que la aparición de un buda sea sumamente rara, si el universo realmente es eterno entonces es inevitable concluir que han existido una cantidad infinita de budas en el pasado y que existirán una cantidad infinita de budas en el futuro. El propio Siddhārtha se presentó a sí mismo de esa forma: como un simple humano que redescubrió lo que una infinidad de seres antes de él lograron discernir y lo que una infinidad de seres en el futuro también lo harán:
Imagínense, monjes, que un hombre caminando a través de un bosque ve un antiguo sendero transitado por personas en el pasado. Él lo seguiría y encontraría una ciudad antigua, que fue habitada por personas en el pasado. (…) Así también, monjes, yo vi el camino antiguo transitado por los Perfectamente Iluminados del pasado. ¿Y qué es ese sendero antiguo, ese camino antiguo? No es otro que el Noble Camino Óctuple, es decir, el entendimiento correcto, el pensamiento correcto, el habla correcta, la acción correcta, el modo de vida correcto, el esfuerzo correcto, la atención correcta, y la meditación correcta. Seguí ese camino y al hacerlo yo he directamente conocido el envejecimiento y la muerte, su origen, su cesación, y el camino que lleva a su cesación. (SN 12:65; II 104–7, en In the Buddha’s Words: An Anthology of Discourses from the Pali Canon pp. 67)
Hay aquí una curiosa paradoja. Las escrituras budistas dejan claro que el Buda nunca pretendió ser un dios (i.e.: un deva), sino que de forma consistente indican que fue un humano. Y, sin embargo, las escrituras budistas a la vez afirman que el Buda estaba muy por por encima de los dioses. Esta paradoja, sin embargo, tiene perfecto sentido dentro de la cosmovisión budista. Para el budismo, los dioses (devas) son seres poderosos pero finitos, los cuales son incapaces ellos mismos de despertarse de la ilusión del maya y escapar del ciclo de saṃsāra. El Buda, pese a nacer como un humano, logró despertarse de la ilusión del mundo y encontrar la escapatoria definitiva, por lo que su estatus y poder está muy por encima de cualquier deva.
Ahora bien, a pesar de que en sus etapas primitivas el budismo era hostil a la idea de que la devoción a seres sobrenaturales pueda jugar un rol positivo en el camino espiritual, escuelas posteriores budistas empezaron a especular sobre la existencia de “budas celestiales”, seres despiertos dotados de gran poder que habitan en los cielos u otros mundos y a los cuales se puede rendir culto y pedir ayuda. Así, irónicamente, mientras que el Buda y sus primeros seguidores explícitamente rechazaron la utilidad de adorar a los dioses para alcanzar el nirvāṇa (el cual, en esta etapa original, se decía solo se puede alcanzar por esfuerzo propio, mediante el perfeccionamiento de uno mismo siguiendo el Noble Camino Óctuple), escuelas posteriores crearon un auténtico panteón de budas y otros seres despiertos que no solo pueden asistir al creyente en su búsqueda del nirvāṇa, sino que también son capaces de ayudarlo en sus problemas del día a día, jugando en la práctica un papel muy similar a dioses en religiones como el hinduísmo o los santos en el catolicismo. Pero como las leyes del cosmos dictan que nada dentro de él es eterno, incluso estos budas celestiales tarde o temprano fallecerán (aunque, al haber alcanzado el nirvāṇa, ya no renacerán), incluso si ello ocurrirá dentro de varios millones de años. La naturaleza e identidad de estos seres y la evolución histórica que explica su origen dentro del pensamiento budista serán objeto de artículos posteriores.

¿Qué pasa cuando se alcanza el nirvāṇa?
Un ser que alcanza el nirvāṇa, además de alcanzar una paz y alegría suprema en vida, no vuelve a renacer después de fallecer, ni siquiera como un deva: abandona completamente el universo y no renace ni en el cielo ni la tierra. ¿Qué le ocurre entonces a un ser despierto que fallece? ¿Dónde están ahora Siddhārtha, la infinidad de budas que lo precedieron, y aquellos que pudieron despertarse gracias a sus enseñanzas? Las escrituras budistas son increíblemente vagas al responder esta pregunta. A primera vista el significado de la palabra “nirvāṇa”, la cual significa “extinción”, parecería insinuar que quién alcanza el nirvāṇa y fallece simplemente deja de existir. Sin embargo, las escrituras budistas indican que esta no es la forma apropiada de plantearse el problema. El académico Jerry L. Walls lo expresa bien:
Dado que el fin último (del budismo) es ponerle fin al renacimiento, uno esperaría que se diga mucho sobre que le ocurre a quien ha alcanzado el nirvāṇa y experimenta su última muerte. Pero las escrituras más antiguas tratan esta pregunta básica – ¿esa persona sigue existiendo después de su muerte, o no? – como “mal preguntada”, imposible de contestar de la forma que ha sido planteada y no conducente a ningún progreso en el camino espiritual. Dada esta reticencia, algunos comentaristas occidentales han visto al budismo antiguo como nihilista, enseñando una doctrina de “auto-aniquilación”. Pero los textos son consistentes en mantener que aquello que es aniquilado no es el “yo”, pues el Buda rechazó todas las ideas sobre el “yo” o el alma que circulaban en su tiempo. (The Oxford Handbook of Eschatology pp. 161).
En efecto, para el budismo no es apropiado preguntarse si el que muere después de alcanzar el nirvāṇa sigue existiendo o deja de existir. Eso sería como preguntarse de qué color es el número siete, o cual es el sonido del sabor a limón. La pregunta es incontestable porque, para los budistas, parte de un error conceptual: asumir que existe un “yo” en primer lugar que puede existir o dejar de existir, justamente la ilusión que el budismo busca superar y precisamente aquella que quienes han alcanzado el nirvāṇa han dejado atrás. Más bien, quién fallece después de alcanzar el nirvāṇa trasciende las categorías de existencia e inexistencia, por lo que se dice que su estado final escapa cualquier tipo de descripción o entendimiento.

Conclusiones
Para quienes hemos crecido en occidente, el budismo desafía nuestras presuposiciones de que es lo que constituye una religión. En nuestro contexto, la religión es esencialmente sinónima con la devoción a un Ser Supremo. No así en el budismo. Para el budismo, el universo no tiene un creador y las divinidades son simplemente otro tipo de seres que también están sujetos a las leyes que rigen el cosmos, incluyendo la sujeción al karma, la muerte y el renacimiento. Adorar a un dios puede ser útil si uno quiere usar su poder para obtener favores materiales, pero es totalmente irrelevante en el camino espiritual a la salvación. En efecto, el budismo, especialmente en sus etapas más tempranas, esencialmente rechaza la idea de que la devoción a seres sobrenaturales juegue un papel relevante en la verdadera espiritualidad. En vez de ello, los creyentes deben dedicarse a cultivarse a sí mismos mediante el estudio, ejercicios espirituales y la adhesión a un código de moral, los cuales son conducentes al despertar del nirvāṇa y con ello la cesación de todo sufrimiento. Incluso en las escuelas budistas posteriores que imaginan un panteón completo de budas celestiales a quiénes adorar, estos no juegan un papel análogo al de Dios en religiones como el cristianismo, judaísmo e islam. Los budas celestiales no son responsables de la creación del universo, sino que son simplemente seres ordinarios que lograron refinarse a si mismos durante varias vidas hasta despertarse de la ilusión del mundo y con ello alcanzar su poder.
Y, sin embargo, pese a carecer de este componente que nos podría parecer tan esencial, el budismo es una de las tradiciones religiosas con más historia y adherentes de todo el planeta, dándole propósito y consuelo a millones de personas alrededor del globo. Así, para quienes desean estudiar el fenómeno religioso, la larga tradición budista constituye un desafío intelectual que pone de manifiesto lo flexible y variada que es la espiritualidad humana.
BIBLIOGRAFÍA
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- Schmidt-Leukel, Perry. Understanding Buddhism. Pentagon Press, 2007.
- Walls, Jerry L. The Oxford Handbook of Eschatology. Oxford Univ. Press, 2010.

Esta entrada es parte de un grupo dedicado a explorar el budismo. Otras entradas dentro de esta categoría son:
- El budismo: una breve introducción
- La vida del Buda: Entre la historia y el mito
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- Anātman: La teoría budista del ego (No publicado aún)
- La cosmología budista (No publicado aún)
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