Esta entrada es la segunda de una serie. En la primera indiqué como a partir del trabajo de Albert Schweitzer en 1908 la comunidad académica ha convergido en la idea que el mensaje original de Jesús era de carácter apocalíptico. En esta entrada empezaré a explicar el porqué, analizando cómo los actos más prominentes del ministerio de Jesús se ajustan a un esquema mesiánico-escatológico judío. Recomiendo leer junto a este artículo aquél que dediqué al mesianismo y apocalipticismo pues, a pesar de su importancia para este tema, por motivos de espacio aquí solo presentaré un resumen.

Mesianismo Apocalíptico y el Jesús Histórico
Una de las creencias fundamentales del judaísmo antiguo era la convicción que Dios había elegido a Israel como su pueblo y lo había establecido con mano firme en la Tierra Prometida. Es por ello que cuando el pueblo judío fue conquistado por naciones paganas, eso constituyó un profundo problema teológico, el cuál provocó dentro del judaísmo la evolución de una corriente que podría llamarse como teología restauracionista, perspectiva religiosa que afirmaba que tarde o temprano Dios actuaría para restablecer la soberanía de su pueblo.
Una de las manifestaciones más comunes de esta teología era la esperanza de la llegada del Mesías. En múltiples lugares del Antiguo Testamento se indica que Dios le prometió al rey David que siempre habría un descendiente suyo gobernando al pueblo judío (ej.: 2 Sam. 7:16, Sal. 110: 11-12, Sal. 89: 3-4, 1 Cro. 17:14), promesa que estaría rota mientras Israel esté sometido. Es por eso que los judíos esperaban que uno de sus descendientes, denominado como el Mesías o el Cristo, aparecería para reclamar el trono y llevar a Israel hacia su independencia. Para algunos, el Cristo sería un líder militar que derrotaría a los ejércitos extranjeros mediante las armas. Para otros, sería un profeta como Moisés que liberaría a los israelitas a través de la intervención sobrenatural de Dios.

La influencia de la teología restauracionista fue particularmente intensa en tiempos de la ocupación romana, donde emergieron varios movimientos que profesaban la fe que Dios estaba a punto de devolverle a Israel su autonomía. Movimientos armados como los Zelotes, la rebelión de Judas de Galilea y los seguidores del “Mesías” Simón bar Kojba iniciaron revueltas en contra de Roma convencidos que Dios les daría la victoria. Por otro lado, grupos religiosos como los Esenios y los auto-proclamado profetas Teudas y “El Egipcio” también estaban convencidos de que Dios estaba a punto de restaurar a Israel, aunque lo haría mediante un milagro en vez del poder de las armas. Aquellos que esperaban esta inminente restauración frecuentemente estaban empapados de una variante particular de la teología restauracionista, la cuál puede denominarse como restauracionismo apocalíptico o escatológico, ideología extremadamente popular en tiempos de Jesús cuyas creencias figuran en textos escritos alrededor de la época como el libro de Daniel, cuarto libro de Esdras, el segundo libro de Baruc, el Testamento de los Doce Patriarcas, el libro de Enoc, el libro de Jubileos, así como los famosos Rollos del Mar Muerto.
Para los judíos apocalípticos, las duras realidades políticas, sociales y económicas que los rodeaban eran evidencia que el mundo estaba controlado por poderes demoniacos, los cuales manifestaban su poderío mediante enfermedad, injusticia, muerte y la opresión del Pueblo Elegido. El dominio de estos poderes tenebrosos, sin embargo, estaba por llegar a un violento final. Dios estaba a punto de actuar en el mundo humano, aniquilando el dominio de las tinieblas mediante un cataclísmico juicio cósmico donde los justos oprimidos serían reivindicados mientras que los malvados opresores serían condenados. Iniciaría una era de paz sobrenatural, con la soberanía de Israel restaurada y el pueblo judío purificado. La propia muerte sería derrotada, por lo que los elegidos de Dios gozarían de vida eterna y los muertos se levantarían físicamente de sus tumbas para participar en el Nuevo Israel. El mundo material, ahora liberado del yugo de las tinieblas, se transformaría en un paraíso terrenal para el disfrute de los santos de Dios. Así, para los judíos apocalípticos, la redención de Israel sería mucho más que el restablecimiento de una nación soberana, sino que marcaría la destrucción del orden presente y el inicio de una Nueva Era. El momento de la redención final estaba cerca. El fin de los tiempos había llegado.

Como expliqué en la primera entrada de esta serie, a partir del trabajo de Albert Schweitzer a principios del siglo pasado, la mayoría de académicos dedicados a la investigación histórica de Jesús ha llegado a la conclusión que su mensaje original fue una variante de esta ideología. Según esta perspectiva, el Jesús Histórico habría sido un “profeta apocalíptico”, un predicador judío que inició un movimiento centrado en preparar al pueblo israelita para el inminente Juicio Final. Dios estaba por establecer el «Reino de Dios» en esta tierra, reino donde el dolor, la enfermedad y la opresión dejarían de existir. No hablaba de un reino invisible escondido entre las nubes “allá arriba”, sino de la creación de un Nuevo Israel “aquí abajo”. Allí, Dios enjuagaría las lágrimas de los oprimidos y los muertos se levantarían de sus tumbas para gozar de la Vida Nueva.
La afirmación de Schweitzer que Jesús fue un predicador apocalíptico estaría destinada a generar incomodidad a todos. Liberales y progresistas prefieren imaginarse que Jesús fue un «hippie» cuyo mensaje simplemente fue el amor universal, o un «Che Guevara» cuya intención fue iniciar una reforma social radical. Por otro lado, conservadores y tradicionalistas prefieren aferrarse al Jesús de la teología cristiana, afirmando que su intención fue fundar una nueva religión y, al ser Dios encarnado, hubiese sido incapaz de equivocarse respecto al final de los tiempos. Es por lo tanto un hecho notable que hoy en día la mayoría de investigadores bíblicos de todas las confesiones han llegado a la conclusión que este «escandaloso» retrato es el correcto.

En este artículo empezaré a explicar por qué la mayoría de investigadores de todos los credos convergen en la conclusión que esta es la forma correcta de entender el mensaje e intenciones originales de Jesús. Para hacerlo, presentaré un análisis de los hechos más prominentes de su ministerio y explicaré cómo los académicos ven en ellos evidencia que Jesús fue un profeta apocalíptico. Los hechos que cubriré son:
- Su asociación con Juan Bautista,
- Su elección de Doce discípulos,
- El uso de exorcismos y curaciones durante su ministerio,
- Su entrada triunfal en Jerusalén,
- El escándalo protagonizado en el Templo,
- Su crucifixión,
- La proclamación de su resurrección,
- El establecimiento de una comunidad apocalíptica después de su muerte,
Mi intención no es presentar un análisis exhaustivo sobre cada uno de estos eventos (literalmente se han escrito libros sobre a cada uno), sino el de sucintamente familiarizar al lector con la interpretación académica de los mismos para que pueda ver, aún si no resulta convencido, como la contextualización histórica de los mismos invita a la conclusión que Jesús fue un profeta apocalíptico.
Los Actos Apocalípticos de Jesús
El Bautizo Apocalíptico de Jesús
El bautizo de Jesús por Juan Bautista es uno de los datos más sólidos que tenemos sobre su vida. No solo es un dato que figura en múltiples fuentes, sino que es un hecho que difícilmente la Iglesia primitiva hubiese estado inclinada a fabricar (otramente dicho, es un hecho que pasa los criterios de atestación múltiple y dificultad). Es por lo tanto significativo notar que las fuentes históricas que tenemos del Bautista lo presentan a él como un profeta apocalíptico. Leamos sus palabras preservadas en el Evangelio de Mateo:
“Pero, al ver que muchos fariseos y saduceos llegaban adonde él estaba bautizando, les advirtió: «¡Camada de víboras! ¿Quién les dijo que podrán escapar del castigo que se acerca? Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento. No piensen que podrán alegar: “Tenemos a Abraham por padre”. Porque les digo que aun de estas piedras Dios es capaz de darle hijos a Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo a ustedes con agua para que se arrepientan. Pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera merezco llevarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Tiene el aventador en la mano y limpiará su era, recogiendo el trigo en su granero; la paja, en cambio, la quemará con fuego que nunca se apagará».” (Mt. 3: 7-12)
Una simple lectura de estas palabras no puede dejarnos duda respecto del tono apocalíptico de la prédica del Bautista. Para Juan, el momento de juicio definitivo estaba cerca, motivo por el cual “el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles”. El juicio de Israel se acercaba y la mera pertenencia al pueblo judío sería insuficiente para escapar del “castigo venidero”, sino que también era necesario teshuvá (תשובה), arrepentimiento.
Pero el apocalipticismo de Juan no solo se evidencia por sus palabras, sino también por sus acciones. Por un lado, Juan conminaba a sus oyentes a «bautizarse», ritual que guardaría semejanza con las abluciones realizadas por la secta apocalíptica de los Esenios. Igualmente, el lugar donde Juan decidió bautizar a sus seguidores era un lugar cargado de simbolismo escatológico. El Bautista se estableció en los desiertos a las orillas del Jordán, el mismo río que Josué partió al conquistar la Tierra Prometida (Jos. 3:16). Este río, por lo tanto, estaba íntimamente conectado con los orígenes de Israel y, en la mente apocalíptica, con la expectativa de su restauración. Respecto a la relevancia de esta geografía, John P. Meier comenta:
“El desierto naturalmente conjuraría a los judíos de todas las estirpes los eventos fundacionales del éxodo de Egipto, el pacto en Sinaí, y los cuarenta años de errar en el desierto. (…) Estrechamente conectado con el exilio en el desierto estaba el Jordán, pues fue al cruzar el Jordán que Josué le puso fin al errar desértico y lideró a Israel hacia la tierra prometida. El Jordán también estaba conectado con algunas de las leyendas de los profetas Elías y Eliseo (2 Reyes 2:1-18, 5:1-15). (…) El feroz radicalismo del Bautista, así como su amenaza de un juicio de fuego por la apostasía de la nación, encontró entonces su escenario perfecto en los desiertos de Judea y el Mar Muerto, en cuyo extremo sur tradicionalmente se ubicaba el sitio de Sodoma y Gomorra.” (Marginal Jew II, pp. 46)
El hecho de que Juan Bautista haya sido un profeta apocalíptico eleva notablemente las probabilidades que Jesús también lo haya sido. En efecto, si Jesús no hubiese compartido las mismas convicciones de Juan sería incomprensible porqué decidió asociarse con él. Como Bart Ehrman correctamente concluye:
Jesús se asoció con Juan Bautista al inicio de su ministerio. La mayoría de investigadores creen que Jesús empezó como un discípulo o seguidor de Juan antes de separarse e ir por su propia cuenta. Jesús, por supuesto, tenía muchas opciones religiosas en el mundo religiosamente diversificado del judaísmo del primer siglo. Pudo haberse unido a los Fariseos, por ejemplo, o desplazarse a Jerusalén para concentrarse en el culto del templo, o unirse a otro líder religioso. Pero él eligió asociarse con un predicador apocalíptico de la destrucción venidera. Debió haber sido porque estaba de acuerdo con su mensaje. Jesús inició su ministerio como un apocalipticista.” (How Jesus became God, pp. 110-111)
Así, el primer acto público de Jesús de Nazaret evidencia una tendencia apocalíptica, y esta primera impresión es reforzada a través de sus demás actos como veremos a continuación.
Doce Discípulos para Doce Tribus
Jesús escogió a doce individuos para que constituyan su círculo íntimo, número que evidentemente tenía una especial relevancia. El libro de Hechos indica que uno de los primeros actos realizados después de la muerte de Jesús fue decidir quién iba a sustituir a Judas Iscariote para que el número doce sea preservado (Hch. 1:26). Igualmente, Pablo hace referencia a “los Doce”, empleando el número como si fuese un título conocido por la comunidad (1 Cor. 15:5). Ahora bien, lo relevante aquí es que dentro del contexto judío este número traía consigo importantes connotaciones que apuntaban hacia la restauración apocalíptica de Israel.

El Antiguo Testamento relata cómo Jacob tuvo doce hijos los cuáles a su vez engendraron doce tribus. Estas tribus fueron lideradas por Moisés fuera de su esclavitud en Egipto para establecerse en la Tierra Prometida, donde formaron una confederación que se convertiría en el reino de Israel. La coexistencia de las doce tribus, sin embargo, llegó a su fin cuando en 722 a.C. diez de ellas fueron conquistadas y asimiladas por Asiria. En consecuencia, dentro de la imaginación judía, el número doce estaba inextricablemente conectado con los orígenes míticos de Israel y, en círculos apocalípticos, con la esperanza que Israel vuelva a reconstituirse, esperanza que figura en varios textos compuestos alrededor de la época de Jesús como el libro de Baruc, Ben Sira, 2 Macabeos y los Salmos de Salomón. Como lo indica E.P. Sanders:
A pesar de su exilio y el pasar de los siglos, los judíos recordaban las diez tribus perdidas y muchos esperaban que estas puedan recuperarse. Alrededor del año 200 a.C, el sabio Ben Sira esperaba un tiempo en el que Dios ‘reúna todas las tribus de Jacob’ y ‘les de su herencia, como lo fue en el principio’ (Ben Sira 36.11). Alrededor del año 63 a.C, tiempo de la conquista de Jerusalén por Pompeyo, un poeta devoto predijo que Dios reuniría a su pueblo una vez más y ‘los dividirá acorde a sus tribus en el territorio’ (Salmos de Salomón 17.28-31). Los miembros de la secta del Mar Muerto esperaban que los ejércitos de Israel, organizados en grupos de doce según su tribu, derroten los ejércitos de los gentiles y adoren a Dios en el Templo una vez más. Aquellos que esperaban la restauración de las doce tribus esperaban un milagro, pues una toma de censo humana jamás sería capaz de rastrear a las diez tribus. Dios mismo debería intervenir directamente en la historia y reconstituir o recrear las diez tribus perdidas. Este milagro resultaría en un reino terrenal, uno en el cual el territorio sería dividido entre las tribus, como lo fue siglos en el pasado. El futuro era retratado, como en muchas otras culturas, como un retorno a los orígenes, o a una idealizada ‘época dorada’. (The Historical Figure of Jesus, pp. 184-185)

La conexión entre los doce discípulos y la renovación de las doce tribus se hace explícita en un pasaje paralelamente preservado en los evangelios de Mateo y Lucas (cosa que indicaría que provino originalmente en el documento Q), donde Jesús dice a sus discípulos “les aseguro que en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel.” (Mt. 19:28). Que los discípulos de Jesús hayan esperado obtener puestos de poder cuando llegue la Restauración Final se hace evidente en otros pasajes de los evangelios, donde incluso se preservan memorias de disputas sobre quién ostentaría la mayor autoridad (ej.: Mc. 9:34; 10:35–37, 41). Consecuentemente, la designación de doce discípulos en conexión con la renovación de las doce tribus no solo nos da testimonio del carácter apocalíptico de la prédica de Jesús, sino también de su carácter mesiánico, pues si los discípulos tendrían autoridad sobre cada tribu entonces, a fortiori, Jesús tendría autoridad sobre todo Israel. Por lo tanto, pese a su común designación como “discípulos”, los doce eran mucho más que simplemente “estudiantes” o “aprendices” de Jesús, sino que estaban siendo preparados para ser los futuros gobernantes de Israel, encarnando la esperanza apocalíptica que Dios restauraría a su pueblo. Después de un profundo análisis contextualizado sobre la promesa de doce tronos a los doce discípulos, John P. Meier concluye:
“Esta promesa a los Doce tiene perfecto sentido dentro de contexto más amplio de las esperanzas escatológicas judías en general y las proclamaciones escatológicas de Jesús en particular (…). (L)a esperanza de la reagrupación o de la reconstitución de las doce tribus de Israel al final de los tiempos es expresada. Esa esperanza encaja perfectamente dentro de la predicación de Jesús sobre la llegada del reinado de Dios (…). Reflejando su misión hacia todo Israel en el final de los tiempos, Jesús creó un grupo llamado los Doce, cuyo mismísimo número simbolizaba, prometía e iniciaba el reagrupamiento de las doce tribus.” (Marginal Jew III, pp. 137)
Idéntica conclusión es llegada por Bart Ehrman:
«El número doce tiene sentido desde una perspectiva apocalíptica. La era presente estaba a punto de llegar a su final; Dios estaba a punto de traer su nuevo reino para su pueblo. Aquellos que se arrepentían y hacían lo que Dios quería, como lo revelan las enseñanzas de Jesús, entrarían en ese reino. Este nuevo pueblo de Dios nacería del viejo. Tal y como Israel inició como doce tribus lideradas por doce patriarcas (según el libro del Génesis), así también el nuevo pueblo de Dios emergería del viejo Israel con doce líderes a su cabeza. (…) Así, los discípulos representaban el nuevo pueblo de Dios, aquellos que se arrepintieron en anticipación del reino que vendría pronto, en el día del juicio.» (The New Testament, pp. 279)
Para Jesús, pronto habría una “renovación de todas las cosas” y junto a ella la nación de Israel, dispersa durante siglos, volvería a renacer.
Los Milagros Apocalípticos de Jesús
La evidencia histórica indica que Jesús tenía la reputación de ser exorcista y curandero durante su vida, afirmación que encuentra soporte en la aplicación del criterio de múltiple atestación de fuentes. En efecto, las fuentes más antiguas de la vida de Jesús consistentemente lo retratan como obrador de milagros. La pregunta de si Jesús realmente podía violar las leyes de la física o si sus “milagros” tenían otra explicación (ej.: la curación de condiciones psicosomáticas) es una pregunta que se escapa del reino de la investigación histórica para adentrarse en los territorios de la filosofía y ciencias médicas. Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente histórico, lo que sí se puede afirmar es que, a pesar que los relatos en los evangelios seguramente fueron embellecidos, en su base preservan la memoria auténtica de que Jesús, en palabras de Flavio Josefo, tenía la fama de realizar “hechos impactantes”.
Jesús no fue el único que se ganó esta reputación en el mundo antiguo. Contemporáneos suyos como los judíos Hanina Ben Dosa y Honi “el dibujante de círculos”, así como el pagano Apolonio de Tiana también parecen haber gozado de la reputación de ser obradores de milagros. Los propios evangelios indican que existían otros exorcistas judíos cuya labor también era efectiva (ej.: Lc. 11:19). Igualmente, académicos como Morton Smith han detectado paralelos entre algunas de las prácticas milagrosas descritas en los evangelios con prácticas mágicas comunes en la antigüedad (ej.: el uso de escupitajo en Mc. 7:33). Contrario a lo que a menudo se cree, las percibidas habilidades sobrenaturales de Jesús no lo habrían convertido en una figura única en el mundo antiguo, ni tampoco habrían sido interpretadas como un signo de que era Dios encarnado. Sin embargo, algo que sí era extremadamente distintivo, y quizá único, de la actividad milagrosa de Jesús era la forma que entrelazaba sus milagros con la prédica de la inminente llegada del Reino de Dios.

En efecto, las curaciones y exorcismos realizados por Jesús no sólo tenían como propósito el aliviar el sufrimiento humano, sino demostrar su autoridad por encima de las fuerzas de las tinieblas y señalar su inminente derrota. Sus actos milagrosos buscaban ser manifestaciones de la pronta victoria de los poderes de la luz sobre los poderes de la oscuridad, los cuales en la mente apocalíptica eran responsables de enfermedad, posesión y muerte. Por ejemplo, en un pasaje donde sus oponentes cuestionan el origen de sus habilidades, Jesús contesta:
“(S)i yo expulso a los demonios por medio de Beelzebú, ¿los seguidores de ustedes por medio de quién los expulsan? Por eso ellos mismos los juzgarán a ustedes. En cambio si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. ¿O cómo puede entrar alguien en la casa de un hombre fuerte y arrebatarle sus bienes, a menos que primero lo ate? Solo entonces podrá robar su casa.” (Mt. 12: 28-29)
Sobre este pasaje, Bart Ehrman comenta: “Para Jesús, expulsar demonios significaba la conquistar a las fuerzas del mal (el “hombre fuerte”, en este caso, representaría el principal poder opuesto a Dios, Satán). Y lo más importante, los exorcismos de Jesús son interpretados apocalípticamente. Demuestran que el Reino de Dios estaba en la puerta.” (Jesus, Apocalyptic Prophet of the New Millennium, pp. 198). En efecto, el acto de exorcismo habría sido el equivalente a «atar» al demonio en preparación para la derrota final de su reinado.
Algo similar ocurre con las curaciones realizadas por Jesús. Para la mente de los judíos del siglo I, la enfermedad manifestaba los efectos de Satán y el pecado. Bajo ese esquema, la diferencia entre una curación milagrosa y un exorcismo no sería tan grande. Geza Vermés articula este punto al escribir que “para los judíos de la antigüedad la enfermedad, el pecado y el demonio eran tres realidades interconectadas. El pecado, traído a causa del demonio, era castigado con enfermedad. En consecuencia, la curación era sinónima al perdón del pecado, y la curación y perdón eran los efectos del exorcismo” (Christian Beginnings, pp. 32-33). No es sorprendente, por lo tanto, que frecuentemente los evangelios asocian las curaciones realizadas por Jesús con el perdón de los pecados del enfermo (ej.: Mt 9:2-7). La curación de la enfermedad y la expulsión de poderes demoníacos eran dos caras de la misma moneda, ambos señalando la victoria de los poderes de la luz sobre las tinieblas y la llegada de la era mesiánica (ej.: Lc 7:12 // Mt 11: 4-5).

El ministerio de Jesús combinaba orgánicamente los elementos de curación, exorcismo y anuncio del Reino venidero dentro de un marco apocalíptico, usando estos elementos para preparar a Israel para el inminente juicio de Dios:
Cuando entren en un pueblo y los reciban, coman lo que les sirvan. Sanen a los enfermos que encuentren allí y díganles: “El Reino de Dios ya está cerca de ustedes”. Pero, cuando entren en un pueblo donde no los reciban, salgan a las plazas y digan: “Aun el polvo de este pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos en protesta contra ustedes. Pero tengan por seguro que ya está cerca el Reino de Dios”. Les digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma que para ese pueblo. (Lc. 10:8-12)
La “Entrada Triunfal”
Los evangelios coinciden que en los días anteriores a su arresto, Jesús entró en la ciudad de Jerusalén montado sobre un asno, con las multitudes judías clamándolo como rey. Aunque existen debates sobre la historicidad de este episodio, de haber ocurrido como lo describen los evangelios habría sido un gesto mesiánico deliberado, el cual buscaría darle cumplimiento a lo dicho por el profeta Zacarías:
¡Alégrate mucho, hija de Sión!
¡Grita de alegría, hija de Jerusalén!
Mira, tu rey viene hacia ti,
justo, Salvador y humilde.
Viene montado en un asno,
en un pollino, cría de asna.
(Zacarías 9:9)
Este pasaje articula la esperanza judía de la llegada del Mesías, el heredero del rey David, quién entraría a Jerusalén montado en un asno. Dicho otramente, si Jesús entró así, este habría sido un acto conscientemente planeado y deliberado, mediante el cuál se habría proclamado a sí mismo como aquél destinado a devolverle su autonomía a la nación israelita. Las multitudes, a su vez, parecen haber entendido el mensaje perfectamente:
Tanto los que iban delante como los que iban detrás gritaban: “¡Hosanna!” “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” “¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David!” “¡Hosanna en las alturas!” (Mc. 11:9-10)
Dicho otramente, mediante esta acción Jesús habría hecho una declaración política. Era él, no Herodes ni César, el verdadero rey de los judíos que debía estar sentado en el trono. Si la intención original de Jesús fue ofrecer una salvación puramente espiritual, simplemente predicar el amor universal, o inaugurar una nueva religión, entonces el episodio sería completamente inexplicable. ¿Por qué Jesús hubiese intencionalmente escogido una simbología judía tan cargada de connotaciones políticas, simbología que sabría perfectamente sería “malinterpretada” por su audiencia? Los intentos de presentar un Jesús distanciado del mesianismo nacionalista de su tiempo encuentran aquí una piedra de tropiezo. En efecto, Antonio Piñero comenta:
(A)ceptar ser aclamado como mesías sin enmendar al pueblo por sus ideas, implica que Jesús está de acuerdo fundamentalmente con lo que el pueblo piensa, y que se acomoda a un cierto esquema del mesianismo y a unas exigencias sobre el mesías formadas ya en el pueblo. (…) De no ser así, o bien Jesús obraba imprudentemente al no corregir a los que lo aclamaban, o nadie lo hubiera reconocido como mesías, tal como pintan la escena los evangelistas. (La verdadera historia de la pasión, pp. 168)
Y un poco más adelante:
(S)u mesianismo no podía diferir de un modo rotundo de las concepciones de sus contemporáneos. No es sensato pensar que Jesús se proclamara mesías entrando en Jerusalén, y que la plebe lo aclamara como tal, a la vez que lo hacía en un sentido totalmente distinto al de su época —es decir, un «mesianismo cristiano» con rasgos claramente nuevos y no judíos— y a lo que pensaban los que lo coreaban. (La verdadera historia de la pasión, pp. 172-173)
En efecto, el episodio solo tiene sentido si se admite que el mensaje original de Jesús efectivamente tenía una dimensión política, la cuál era inteligible a las multitudes judías. Al proclamarse Mesías o Cristo, Jesús lo habría hecho de un modo judío, dentro de un contexto judío, y de forma comprensible para su audiencia judía, donde era un título que designaba a quién restauraría la soberanía política de Israel. El mesianismo de Jesús obviamente no era un mesianismo militar (como el de Simón Bar Kojba), pero un mesianismo apocalíptico: Dios estaba a punto de restaurar sobrenaturalmente la soberanía israelita y cuando lo haga, Jesús sería su rey. Esta conclusión se ve reforzada al analizar los demás eventos ocurridos durante su última semana.
Jesús y el Templo
Poco después de entrar a Jerusalén, Jesús se dirigió al Templo donde protagonizó un violento escándalo, expulsando a los cambistas y mercaderes ahí reunidos. La interpretación de esta acción ha sido por siglos objeto de debate. Para algunos, el incidente fue un gesto anti-materialista, por el cual Jesús repudió el comercio realizado en ese lugar. Para otros, fue una condena a la aristocracia encargada de administrar el Templo, la cuál habría sido denunciada como corrupta. Ambas posibilidades probablemente tienen algo de verdad, pues ciertamente resuenan con las enseñanzas y actitudes de Jesús en general. Sin embargo, existe una tercera dimensión de este gesto que frecuentemente es ignorada. Los evangelios indican que en su última semana Jesús profetizó la destrucción del Templo (ej.: Mc. 13:2, Mt. 24:2), profecía que se entendió conectada con el anuncio de su reconstrucción (ej.: Mc. 14:48, 15:29, Mt. 27:40, Jn. 2:19). Aunque uno puede estar tentado a descartar esta profecía como un vaticinium ex eventu puesto en los labios de Jesús por los evangelistas (quienes escribieron después que el Templo fue destruido por Roma), un número considerable de académicos se ha inclinado por considerarla genuina, aunque con un significado peculiar.

En efecto, y en especial después del trabajo de E.P. Sanders, hoy en día se reconoce que el escándalo protagonizado en el Templo, al igual que la profecía de su destrucción y reconstrucción, probablemente estuvieron conectados con las esperanzas judías de la llegada de un nuevo Templo al final de los tiempos. El argumento gira en torno a la expectativa judía, encontrada en textos como el libro de Isaías, el Primer Libro de Enoc, y los Rollos del Mar Muerto que en la Restauración Final de Israel, se erigiría nuevo Templo, más glorioso aún que el anterior. Así, el el incidente en el Templo habría servido de parábola actuada, la cual señalaría la inminente destrucción y restauración del mismo. Después de analizar contextualizadamente el episodio, Paula Fredriksen concluye:
En resumen: el gesto de Jesús (voltear las mesas en la plaza del Templo) cerca del festival arquetípico de liberación nacional (Pascua) en el contexto de su prédica (“¡el Reino de Dios está cerca!”) habría sido inmediatamente entendido por cualquier judío observando como una proclamación que el Templo sería destruido (por Dios, no por ejércitos humanos y ciertamente no por Jesús literal o personalmente) y, acordemente, que el orden presente estaba a punto de ceder al Reino de Dios. (From Jesus to Christ, pp. 113)
En definitiva, los dos actos públicos más prominentes de los últimos días de Jesús, su Entrada Triunfal y el incidente en el Templo, parecen haber estado imbuidos de mensajes mesiánicos y apocalípticos. Estos actos lo habrían señalado como un potencial agitador, cosa que precipitó el dramático final de su vida.
La Muerte Apocalíptica de Jesús
La vida de Jesús finalizó con su crucifixión como “Rey de los Judíos”, es decir, por sedición en contra del imperio romano. Por ende, cualquier reconstrucción convincente tiene que necesariamente explicar por qué sus acciones y palabras fueron vistas como políticamente peligrosas por las autoridades. Si Jesús se hubiese limitado a predicar un mensaje de amor universal o buscado fundar una nueva religión, su ejecución como disidente político sería prácticamente inexplicable. Por otro lado, la perspectiva que Jesús fue un profeta apocalíptico ofrece una explicación convincente de su crucifixión, pues implicaría su mensaje estaba impregnado de ideas políticas. Como lo indica Paula Fredriksen:
La crucifixión de Jesús, tomada en conjunto con su predicación del Reino, indican su estatus como una figura política. Esto no quiere decir que Jesús haya sido un insurgente, como Judas de Galilea. Tampoco quiere decir que Roma equivocadamente haya creído que lo era: otramente Pilatos hubiese arrestado y crucificado también a los seguidores de Jesús. Pero Jesús era un predicador apocalíptico, y la naturaleza de lo apocalíptico es política. Su mensaje de un nuevo orden inminente implica cuanto menos una crítica del orden presente; es en lenguaje religioso la expresión de una crítica política. (From Jesus to Christ, pp. 124-125)
Del mismo modo Antonio Piñero:
El mesianismo de Jesús por muy de intención religiosa que fuera, o por muy desmilitarizado que se presentara —es prácticamente cierto que carecía de cualquier atisbo de ejército regular—, tenía notables implicaciones políticas y revolucionarias, aunque fuera de modo indirecto. El establecimiento del reino de Dios suponía la inmediata expulsión de los romanos y una nueva constitución política de Israel. (Aproximación al Jesús histórico, loc. 6259)
En efecto, Jesús no fue el único profeta que fue aplastado por predicar un mensaje escatológico. Existieron por lo menos otros dos profetas apocalípticos contemporáneos cuyas actividades también acabaron en un choque sangriento con las autoridades. Por un lado, un hombre llamado Teudas, convencido de ser un profeta de Dios, reunió una muchedumbre a orillas del río Jordán, prometiendo que abriría sus aguas. Poco tiempo después, otro auto-proclamado profeta, apodado “El Egipcio”, convenció a una multitud de reunirse en el Monte de los Olivos (a las afueras de Jerusalén) para presenciar cómo milagrosamente derrumbaría las murallas de la ciudad. Los milagros prometidos por estos profetas tenían una clara significación restauracionista, ya que emulaban las acciones por las cuales Josué inició la conquista de la Tierra Prometida siglos en el pasado. En ambos casos, a pesar de no ser militaristas, las autoridades romanas despacharon soldados en contra de las multitudes. Teudas fue capturado y decapitado, aunque “El Egipcio” parece haber logrado escapar. La moraleja de ambos profetas fallidos es clara: incluso si un movimiento restauracionista no era militar, las muchedumbres que estos podían encender eran vistas como objetivamente peligrosas por las autoridades. El hecho de que Jesús, al igual que Teudas y “El Egipcio”, haya esperado que el Reino de Dios se establezca mediante una intervención divina en vez de las armas no habría sido impedimento alguno para identificarlo como un peligroso agitador.

La peligrosidad de un predicador como Jesús habría sido particularmente alta durante el festival de la Pascua, momento en el que llevó su mensaje a la ciudad de Jerusalén. Esta celebración conmemoraba la liberación del pueblo israelita de su esclavitud en Egipto, por lo que era un festival intrínsecamente nacionalista. Bajo el yugo de la opresión romana, la Pascua generaba esperanzas que Dios replique lo obrado en el pasado y una vez más libere a su pueblo. La combinación de aglomeraciones y expectativas nacionalistas ponían a las autoridades en alta alerta y choques violentos no eran infrecuentes. A todo esto hay que sumar que el gobernador romano de turno era Poncio Pilato, a quién Filón de Alejandría describió como “inflexible”, de “terca arrogancia” además de “rencoroso y colérico” y cuyo gobierno habría estado repleto de “sus insolencias, sus pillajes, sus ultrajes, sus atropellos, sus constantes ejecuciones sin juicio previo, su incesante y penosísima crueldad”. Las acciones públicas de Jesús, en particular su Entrada Triunfal y el escándalo en el Templo, habrían alertado a las autoridades de la presencia de un potencial instigador. El resultado era predecible. En vez de arriesgarse a un tumulto (como ocurrió con Teudas y “El Egipcio”), las autoridades de Jerusalén, tanto judías como romanas, decidieron eliminar al agitador antes que pueda encender a las multitudes (Jn. 11:48).
Adicionalmente, además de proveer una explicación convincente del suceso hay una segunda forma mediante la cual la crucifixión de Jesús brinda evidencia de que su mensaje fue mesiánico-apocalíptico. Es importante tener presente que antes de los cristianos no hay registro de ningún movimiento judío que haya creído que el Mesías debía sufrir y morir. A pesar de la variedad de expectativas mesiánicas en el judaísmo, todas ellas coincidían en que el Cristo sería una figura de inmensa gloria y majestad. La idea un Mesías crucificado sería casi contradictoria. A los cristianos quizá les pueda sorprender esto debido al énfasis que el Nuevo Testamento pone en que el Mesías debía sufrir y morir “según las Escrituras”. Sin embargo, todas las Escrituras que los seguidores de Jesús citaron como evidencia que el Cristo tenía que padecer (por ejemplo, Isaías 53 o el Salmo 22) no eran en su contexto original profecías mesiánicas, sino que fueron creativamente reinterpretadas como tales. Los propios evangelios indican que los discípulos no esperaban que Jesús fuese a morir, huyendo despavoridos cuando fue arrestado. Fue solo después de su resurrección que “se les abrió el entendimiento” (Lc. 24: 36-49) para ver en las Escrituras lo que ningún otro judío en la historia había visto: que estas «secretamente» predecían que el Mesías debía sufrir y morir. En definitiva, los seguidores de Jesús no lo proclamaron Cristo a causa de su crucifixión, sino muy a pesar de ella. La única explicación plausible es que debieron haber creído que él era el Mesías antes de su muerte y después de su crucifixión, en vez de abandonar su fe en él, encontraron formas de racionalizar su inesperado final. Sin embargo, esto sólo es posible si Jesús se proclamó Mesías, el restaurador de Israel, durante su vida.

En definitiva, la crucifixión de Jesús provee sólidos indicios que debió predicar un mensaje mesiánico-apocalíptico. Jesús recibió la muerte reservada a quiénes ponían en duda la autoridad de Roma. En ese sentido, la condena correspondió al “delito”. Durante ese festival de Pascua, al proclamarse Cristo y anunciar la pronta venida del Reino, Jesús efectivamente cuestionó de forma peligrosa la legitimidad del poder de Herodes y el César. El cartel que colgó de su cruz decía la verdad: Jesús murió por proclamarse «el Rey de los Judíos”.
La Resurrección Apocalíptica de Jesús
Poco después de la muerte de Jesús, sus allegados empezaron a tener experiencias vívidas que los convencieron que su maestro estaba con vida. Exactamente que experimentaron es imposible saberlo a ciencia cierta. Pese a ser el foco central de su fe, los autores del Nuevo Testamento fueron extremadamente parcos al relatar estas experiencias, dedicándole solo unos escasos versículos. No solo eso, sino que los relatos del hallazgo de la tumba vacía y las apariciones de Jesús, escritas décadas después de los eventos, presentan grandes discrepancias. La evidencia histórica es simplemente demasiado opaca para reconstruir exactamente que experimentaron los primeros cristianos. Sin embargo, de lo que no hay duda alguna es como los seguidores de Jesús interpretaron sus experiencias místicas. Para ellos, estas vivencias eran prueba que Jesús de Nazaret resucitó de entre los muertos.

El hecho de que los primeros cristianos hayan interpretado sus experiencias como prueba de la resurrección de Jesús nos da otro indicio del carácter escatológico del movimiento. Para los judíos apocalípticos al llegar el fin de los tiempos Dios resucitaría a los muertos, levantándolos de sus tumbas para participar en el Nuevo Israel. Consecuentemente, el hecho de que la comunidad cristiana haya interpretado sus vivencias como evidencia de la resurrección de Jesús nos indica que su marco ideológico era apocalíptico. Como lo indica Paula Fredriksen:
Lo que estas historias de la Resurrección nos ofrecen es una ventana a las convicciones de los discípulos más allegados de Jesús, los cuales en última instancia fueron su fuente. La resurrección de los muertos era uno de los actos redentores anticipados en las tradiciones judías sobre el Final de los Días, cuando Dios redimiría a Israel y lo volvería a llevar a la Tierra. Si sus discípulos creyeron haber visto a Jesús resucitado—sea lo que sea que hayan experimentado y al margen de cómo elijamos interpretarlo ahora—entonces ellos continuaban funcionando dentro del paradigma apocalíptico establecido por su misión. (Jesus of Nazareth, King of the Jews, loc. 4946)
En efecto, los primeros cristianos no interpretaron la resurrección de Jesús como un evento aislado, sino que lo situaron como parte íntegra del drama que debía acontecer llegado el final de los días. Jesús era “los primeros frutos de los que murieron” (1 Cor. 15:20), el primero de muchos en levantarse para la Vida Nueva. La resurrección de Jesús había dado inicio la resurrección de los muertos. Paula Fredriksen continúa:
La resurrección dentro de las formas más tradicionales del judaísmo había sido imaginada como una experiencia comunal, uno de los actos salvíficos al Final de los Tiempos. “Pueblo mío, abriré tus tumbas y te sacaré de ellas” Dios promete al profeta Ezequiel. “Te haré regresar a la tierra de Israel” (Ez. 37:12). “Del polvo de la tierra se levantarán las multitudes de los que duermen”, profetiza Daniel (12:2). “Bendito seas, oh Señor,” dice el texto de las Dieciocho Bendiciones, “tu que resucitas a los muertos”. La significación para los apóstoles de Jesús de su resurrección individual es que ella anunciaba la general: Jesús era “los primeros frutos de los que murieron” (1 Cor. 15:20). Su resurrección fue confirmación para sus seguidores que el Reino, y por lo tanto la resurrección de todos los muertos, estaba ya en camino, en efecto, estaba por llegar. (Jesus of Nazareth, King of the Jews, loc. 4946)
En definitiva, que los allegados de Jesús hayan interpretado sus experiencias como prueba que Jesús resucitó y que a su vez hayan interpretado su resurrección individual como una señal de la resurrección general sugiere que la comunidad cristiana estaba a la expectativa del final de los tiempos antes de la muerte de Jesús. Así, cuando empezaron a tener experiencias de su maestro con vida, ellos las interpretaron dentro de ese marco ideológico pre-existente, concluyendo que la resurrección había iniciado y que Jesús fue el primero en levantarse a la Vida Nueva. Dicho otramente, debieron ser judíos apocalípticos. Y si ellos lo eran, entonces su maestro también debió haberlo sido.
El Legado Apocalíptico de Jesús
Finalmente, el último indicio del carácter escatológico de Jesús es el hecho que las primeras comunidades cristianas que se formaron después de su partida claramente profesaron un mensaje apocalíptico, concretamente, que su maestro regresaría pronto del Cielo para juzgar a la humanidad, resucitar a los muertos y dar inicio a una Nueva Era. No voy aquí a presentar la evidencia que las primeras comunidades cristianas estaban convencidas de vivir en el final de los tiempos, pues le he dedicado un artículo completo a ello. Basta con decir que el Nuevo Testamento está impregnado con la idea de que Jesús estaba a punto de regresar, por lo que es simplemente innegable que la Iglesia primitiva empezó como una comunidad apocalíptica. Por lo tanto, si alguien se empeña en negar que Jesús haya sido un apocalipticista, tiene que necesariamente creer que sus seguidores inmediatos torcieron o malinterpretaron sus actos y palabras.
Pero vale la pena meditar en la plausibilidad de este escenario. ¿Tiene sentido creer que en pocos años los allegados de Jesús empezaran a predicar un mensaje completamente distinto al de su maestro? Mucho más sentido tiene suponer que existe una continuidad básica entre el mensaje de Jesús y el de los primeros cristianos, continuidad que se vuelve clara si aceptamos que Jesús fue un profeta apocalíptico. Bajo esa óptica, la reconstrucción de los hechos es sencilla: Jesús originalmente predicó que Dios estaba a punto de actuar decisivamente, derrotando a los poderes de las tinieblas, resucitando a los muertos e iniciando a una Nueva Era libre de sufrimiento, injusticia y muerte, con un Israel Restaurado bajo su mando y el de sus doce discípulos. Su crucifixión habría representado al principio un duro e inesperado golpe a sus seguidores. Sin embargo, después que se convencieron de que su maestro había resucitado (anunciando, como vimos, el inicio de la resurrección general), volvieron a proclamar el mensaje apocalíptico de su maestro, adaptándolo a su nueva situación: Jesús, el Cristo crucificado y resucitado, bajaría pronto de lo alto para traer el Reino que les prometió en vida. Bajo este esquema, el dogma de la “Segunda Venida de Cristo” estaría en continuidad con las expectativas mesiánico-apocalípticas del judaísmo del siglo I. Paula Fredriksen lo expresa con claridad:
“La Segunda Venida de Jesús—la contribución singular del cristianismo a la variedad de expectativas mesiánicas del Judaísmo del Segundo Templo—resuena precisamente con el paradigma davídico. Al sonido de las trompetas, liderando huestes angelicales, derrotando los poderes del mal, el Cristo Resucitado regresaría como un guerrero.” (Jesus of Nazareth, King of the Jews, loc. 4990)

La fuerza de este argumento se multiplica cuando tomamos en cuenta el carácter escatológico de Juan Bautista, el maestro de Jesús. En efecto, Jesús empezó su ministerio asociándose con un apocalipticista y sus seguidores póstumos también fueron apocalipticistas. El único eslabón que conecta al Bautista con la Iglesia primitiva es Jesús. ¿Tiene sentido creer que tanto Juan como los primeros cristianos fueron apocalipticistas sin que Jesús lo haya sido? Sobre este punto, E.P. Sanders comenta:
Juan esperaba que el juicio venga pronto. Jesús inició su carrera siendo bautizado por Juan. Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus seguidores pensaron que dentro de sus vidas Jesús regresaría a establecer su reino. Después de su conversión, Pablo adoptó la misma perspectiva. Desde muy temprano, tan temprano como la Primera Carta a los Tesalonicenses (c. 50 d.C), los cristianos tuvieron que lidiar con el problemático hecho que el reino no había venido aún. Es casi imposible explicar estos hechos históricos si uno asume que Jesús no esperaba un final inminente o la transformación del orden presente. (The Historical Figure of Jesus, pp. 183)
Del mismo modo, Bart Ehrman:
El ministerio de Jesús empezó con su asociación con Juan Bautista, un profeta apocalíptico, y terminó con el establecimiento de la iglesia cristiana, una comunidad de judíos apocalípticos que creían en él. La única conexión entre el Juan apocalíptico y la iglesia cristiana apocalíptica era el propio Jesús. ¿Cómo puede el inicio y el final ambos ser apocalípticos si el medio no lo era también? Mi conclusión es que Jesús también debió ser un apocalipticista judío. (Jesus, Apocalyptic Prophet of the New Millenium, pp. 139)
En efecto, existe un claro hilo conector que une al cristianismo primitivo con el apocalipticismo judío. La Segunda Venida de Cristo, la Resurrección de los Muertos, y la llegada del Reino de Dios, artículos de fe que aún hoy se recitan en el Credo Niceno pueden rastrear sus orígenes históricos a las expectativas judías de una inminente restauración escatológica de Israel. La famosa cita de Ernst Käsemann lo resume bastante bien: “el apocalipticismo es la madre de toda la teología cristiana”. La hipótesis más simple que explica esta conexión es que el propio Jesús sea el puente que conecta a ambos mundos, es decir, que él mismo haya sido un apocalipticista.
Los Actos Apocalípticos de Jesús: Conclusiones
En este artículo he presentado un breve un análisis de los hechos más prominentes del ministerio público de Jesús, concretamente:
- Su asociación con Juan Bautista,
- Su elección de Doce discípulos,
- El uso de exorcismos y curaciones durante su ministerio,
- Su entrada triunfal en Jerusalén,
- El escándalo protagonizado en el Templo,
- Su crucifixión,
- La proclamación de su resurrección,
- El establecimiento de una comunidad apocalíptica después de su muerte,
Notablemente, todos estos hechos, de forma aislada pero más aún de forma conjunta, convergen en la conclusión que el mensaje original de Jesús debió ser una variante del apocalipticismo judío del siglo I.
Las acciones de Jesús habrían sido, por lo tanto, la expresión de una conciencia para la cual el mundo se había vuelto un lugar intolerable, que requería de inmediata rectificación divina. El mundo que lo rodeaba, gobernado por la pobreza, explotación agraria y ocupación militar, no podía ser un mundo gobernado por Dios. Un mundo donde los justos sufren, los opresores prosperan, y donde el Pueblo Elegido está sometido no podía ser el mundo que el Buen Padre había prometido. Un mundo donde César y Herodes son reyes no es un mundo donde Dios es Rey. El mensaje de Jesús estaría perfectamente resumido en las primeras palabras que Marcos le atribuye en su evangelio: “Se ha cumplido el tiempo. El Reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Mc. 1:15). Así, el Nazareno habría compartido las esperanzas de muchos judíos de su tiempo de que Dios estaba a punto de actuar decisivamente en el mundo humano, reuniendo a las doce tribus, restaurando a Israel, resucitando a los muertos e inaugurando una era libre de sufrimiento, injusticia y muerte. Allí, Dios enjuagaría las lágrimas de los pobres, los oprimidos y los marginados. Ese fue su «evangelio», es decir, sus «buenas nuevas». El momento de la redención final estaba cerca. El fin de los tiempos había llegado.
(Puedes ver las otras entradas que se han publicado a la fecha en esta serie en la biblioteca, o en la lista que se encuentra debajo de la bibliografía)
BIBLIOGRAFÍA
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- Vermes Géza. The Resurrection: Doubleday, 2008
Esta entrada es parte de un grupo dedicado a explorar el carácter apocalíptico de Jesús y el cristianismo primitivo. Otras entradas dentro de esta categoría son:
- Mesianismo y Apocalipticismo
- El Apocalipticismo de los Primeros Cristianos
- El «Padre Nuestro»: una Oración para el Final de los Tiempos
- Jesús de Nazaret, Profeta Apocalíptico
- Los Actos Apocalípticos de Jesús
- Las Enseñanzas Apocalípticas de Jesús
- Movimientos Milenarios y los Orígenes del Cristianismo
- Un Jesús Apocalíptico: Conclusiones y Reflexiones (no publicado aún)
Esta entrada igualmente forma parte de una serie dedicada a la reconstrucción del Jesús Histórico. Otras entradas de esta serie son:
- La Búsqueda del Jesús Histórico: Fuentes y Criterios
- ¿Existió Jesús?
- La Natividad: Historia y Leyenda (1)
- La Natividad: Historia y Leyenda (2)
- La Natividad: Historia y Leyenda (3)
- ¿Tuvo Jesús Hermanos?
- Jesús de Nazaret, Profeta Apocalíptico
- Los Actos Apocalípticos de Jesús
- Las Enseñanzas Apocalípticas de Jesús
- Movimientos Milenarios y los Orígenes del Cristianismo
- Un Jesús Apocalíptico: Conclusiones y Reflexiones (no publicado aún)
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